lunes, 30 de diciembre de 2013


A veces la pesadilla no es de quien la habita
y el miedo sobrevive pese al cadáver de las cosas.

Pero luego llega algo más. Reivindicando los vacíos,
reconfortando los momentos venideros.

Yo ahora pertenezco a tu lenguaje
a tu forma de decir amor, de decir sí,
de decirlo todo a través de ojos violinistas.

No es que haya muerto mi pasado
o que lo despilfarre cantando mentiras.

Ahora encontré, en el fondo de tu sonrisa
las palabras que me arrancan todos los perdones.

domingo, 29 de diciembre de 2013


Más que anhelar ser poeta
por las noches codicio
esa lasitud después del sexo
tu cuerpo a mi costado
y tu mirada al despertar.


viernes, 27 de diciembre de 2013

Previniendo un futuro

Cuando aquel hombre quiso dedicarse a escribir lo primero que hizo fue cambiarse de nombre. Sus padres, de pequeño, le habían puesto Galimatías.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Una corriente

Cuando el más famoso pregonero llegó al pueblo yo era un adolescente. Era tan famoso que casi de inmediato olvidamos su nombre, y lo único que nos quedó en la mente fueron sus ideas. En realidad solo una: viajar al norte. Fue esta la idea que un día se encontró Maicol tal vez tirada en la calle.  

                Lo que más nos sorprendió entonces fue que el hombre parecía estar hecho de sueños. Todo en él era entusiasmo porque había escuchado de una tierra prometida donde se podía conseguir todo lo que uno deseaba. Solamente pasó un día en el pueblo, pero esas horas fueron suficientes para entusiasmar a casi todos. Yo fui uno de ellos y les dije a mis padres que me iría a buscar esa tierra prometida. Mi papá dijo que no y vimos cómo de cada hogar se iba al menos uno de cada familia. Luego mi papá quiso saber cosas y les preguntó a todas las familias a las que se les había ido alguien cuál era el deseo que iban a cumplir. Lo lamentable, dijo, es que nadie le supo responder.

La luna no es un cuadro.

Recuerdo que de niño me gustaba salir a contemplar la luna. Si por mi hubiera sido, habría pasado las noches en vela mirando hacia el cielo, aunque hubiera nubes, porque en el fondo sabía, que en el fondo del cielo mismo, estaba ella. No sé explicar porqué, solamente así era.

Mi madre tenía que ir por mi hasta muy entrada la noche, cuando ya era hora de dormir y llevarme casi arrastrando al interior de la casa. Todavía ahí me pasaba un rato en la ventana, hasta que me tumbaba el sueño o de plano mi padre amenazaba con pegarme si no hacía caso. Esa obsesión terminó el día que mi madre me dijo que la luna era un satélite natural, que hacia crecer el mar y convertir hombres en mitad hombre y mitad animal. No le creí pero luego oí decir a papá: la luna no es un cuadro. Y entonces pensé, tal vez equivocadamente, que si no era un cuadro, no podía ser una mentira.

Usanza

Nadie recuerda como se llamaba el Gobernador. Ni mi padre, que seguramente lo conoció de niño recordaba su cara, su nombre o su ascendencia. Lo que no podemos olvidar es que duró gobernando como cuarenta años, hasta que encontró a la única persona capaz de hacer el mismo trabajo que él: su hijo el mayor, del que tampoco se recuerda su nombre, solamente una vaga idea de que alguna vez fue una persona como todos los demás pero por tradición, y porque hacía las mismas cosas que su padre, le seguimos llamando el señor Gobernador.    

domingo, 15 de diciembre de 2013

La cuarta embolia


Instantes después de que Regina entró corriendo en la sala vio los gritos de su madre rebotar sobre el piso y luego sobre las paredes, los esquivó y les dijo adiós con la mirada cuando atravesaron el umbral de la puerta. Con esa misma mirada buscó la de su abuela y al encontrarla corrió hasta ella, se sentó sobre el piso y apoyó su cabeza en el regazo de la anciana que ahora tenía una mueca permanente sobre la boca. Murmuró algo guturalmente y al escuchar los sonidos distorsionados, la niña pensó que las palabras que salían de esos labios estaban chuecas también y eran, por tanto, la razón por la cual no las entendía. Esa misma mañana, mientras ella jugaba a conjugar los números en la escuela, su abuela regresó en ambulancia del hospital. Le hubiera gustado escuchar las sirenas pero no fue así. Luego, tras superar una sensación desconocida, escuchó a su madre decir a través del teléfono: ha sido la tercera embolia.
Vino entonces a la mente de Regina la imagen que desde hacía meses se había forjado de la palabra que la perseguía, la atemorizaba y de la que desconocía el significado exacto: embolia. Esa palabra como una especie de anciana jorobada más que su abuela; una anciana fea y arrugada; mala, y con todos los años del mundo pero sobre todo, enojada hasta el infinito. No entendió la causa por la cual relacionaban a “embolia” con su abuela si eran tan diferentes que –pensaba- no podían siquiera ser malas amigas.
Como su madre no le ofreció comer, la nieta se dedicó a sonreírle a la abuela o, mejor dicho, a corresponderle sonrisas, ya que para Regina la mueca de su abuela no era mueca, sino risitas tergiversadas y eran tantas que probablemente tendría que estirar mucho esa contorsión del rostro para que salieran todas. Eso le decían los ojos cansados, anclados a un gran momento por venir que tenía frente a ella. En ese duelo afectuoso se encontraban cuando un grito de su mamá la tomó desprevenida y la golpeó: ¡no juegues tu abuela, Regina! Triste por fuera y con una sonrisa apagándosele por dentro, posó de nuevo su cabeza en ese regazo conocido y murmuró casi para ella misma: ¿cuándo me contarás otra historia?
Segundos después una fuerte flojera invadió el espacio, se quedó dormida y posteriormente se encontró sentada en el extremo de una barca pequeña de colores vivos. Su abuela en el otro extremo, joven y de pie, daba la espalda al viento y el frente de su cuerpo, ahora recto y macizo, hacia ella. A pesar de la juventud del rostro antes anciano la niña pudo reconocerla. Era la misma imagen de una fotografía que colgaba en una pared de la sala, sobre la cual le había escuchado alguna vez decir, le tomaron cuando fue más feliz. 
— ¡Abuela! —dijo la niña, con algo en la voz parecido a la estupefacción pero más indescriptible.
— Sí —contestó la joven anciana sin mover los labios, hablando con el vientre o con los ojos o con la frente o con las firmes caderas. 
— ¿A dónde vamos? —preguntó la niña mirando hacia otro lado, como al de afuera. Pero debido a que el paisaje captó entonces toda su atención, Regina no logró escuchar la respuesta: “a que inventes un sueño para que luego se lo cuentes a los que se sientan mal”.
La barca navegaba por un río, era caudaloso en ciertos momentos y olas enormes sobresalían por encima de la cabellera de la abuela, cabellera que atrapaba recuerdos y los examinaba para luego desechar los que percibía indeseables. Ese río era rabioso pero inofensivo y el agua que contenía era transparente. No era una transparencia azul sino blanca. Era como un río de cristal, de celofán o hule transparente. De pronto unos lamentos atemorizaron a la pequeña pero la cara impasible de la abuela la tranquilizó:
—No tengas miedo, son unas efemérides llorando porque han sido olvidadas, están en el fondo del río, míralas —le ordenó. 
La niña bajó la mirada y las vio caminar como ciegas. Cuando levantó los ojos vio otras barcas con distintos pasajeros. Algunos eran hombres, algunas mujeres y algunos otros animales. Pero a diferencia de su abuela, todos iban de cara al viento y además había algo peculiar: hombres y mujeres estaban solos y su rostro estaba diseminado en rayones. Sus caras eran los mismos rayones que ella empleaba para borrar los errores que cometía al hacer la tarea y por los cuales su madre la reprendía constantemente recordándole la existencia del borrador. La sorpresa que se instalaba cada vez más pesada donde estaba su sonrisa le impidió hacer un comentario y casi fue posible ver cómo el pasmo hacía resbalar por la comisura izquierda de su boca un pequeño retozo. En los animales, por otro lado, se intuían sin excepciones rostros felices y sabios. Regina descubrió a un mandril y a un tucán e inquieta preguntó a su abuela por qué no se iban hacia los árboles de las orillas. Entonces la vieja-joven le contestó que esos no eran árboles sino años; que lo que salía de sus troncos eran días y lo que colgaba de ellos eran horas que contenían a su vez suspiros, de los cuales los más grandes eran minutos y los más chicos segundos y que esos suspiros tenían, como semillas, sueños que se echaron a perder.   
En esos momentos Regina no comprendió la mortalidad del tiempo y otras cosas porque habían llegado al lugar desde donde se advertían dos cataratas. Por una se vertían torrentes de tristeza y por la otra alegría. Ambos chorros caían sobre el río y se mezclaban para luego desaparecerse, uno a otro y luego al revés, en medio de la transparencia.
Los ojos de Regina eran atónitos y un poco desproporcionados, ellos entendían pero en su pequeño cuerpo se albergaban grandes dudas. Alcanzó a ver, un poco lejanas, caras entre el bosque de años. Esas caras no tenían cuerpo y flotaban somnolientas. Una llamó su atención. Tenía mejillas anchas, una gran melena enmarañada y por la boca le salían canciones que le hicieron pensar en su padre. Recordó uno de los discos que él tenía y que de vez en cuando escuchaba; tenía la foto de este mismo rostro y era la cantante que su padre le había dicho, estaba enterrada en el “blus”. Entonces preguntó si ese lugar era el “blus” y la voz que parecía salir del cuerpo de su abuela le respondió que no, que ese lugar era triste pero también feliz; que allí ya no había melancolía. Regina se alegró porque sacaría a su padre de un gran error, le diría que la cantante vivía con mucha gente más; que la vio cantar junto a un señor negro que tocaba una guitarra con los dientes. Volvió la mirada hacia su abuela y entonces oyó decirle, esta vez sí con los ojos:
—Ah, todos ellos son todavía inmortales.
Regina quiso cantar también pero el sonido se atoró en su garganta porque un pequeño grito feliz sobrevoló la barca. “Allí está tu abuelo” se escuchó entre las fisuras del aire. La chiquilla lo reconoció sin conocerlo y la barca detuvo su marcha cerca de una de las orillas. Su abuela la abrazó con la memoria y de su cabello saltó el recuerdo más grande para refugiarse en el suyo, luego le pidió dos monedas. Regina sacó las únicas dos que traía en sus pantalones de pana amarillo y se las entregó. Eran monedas de chocolate.
La anciana-joven insertó el par de monedas en una maquinita de la canoa donde la niña pudo deletrear, no sin dificultad: “Flo-ti-lla-Ca-ron-te”, luego bajó y se acurrucó en el que había sido su marido. Por los ojos de Regina asomaron unas lagrimas altaneras pero la centenaria mujer calmó ese brote de congoja y le dijo -otra vez sin voz- “no llores, te voy a estar esperando detrás de aquella montaña de promesas”. Sin darle tiempo para responder, la barca deshizo el camino y todo el ambiente que la niña había recorrido pasaba al revés, con velocidad instantánea, tanto que Regina solamente alcanzó a levantar una mano como símbolo de despedida.
Mientras veía todo retroceder alguien la estrujaba por el hombro. Era su padre que le pedía despertar y dejar a la abuela descasar en paz. Sacudiéndose la modorra de los ojos y caminando indecisa, la pequeña le dijo que venía del blus, que vio a la cantante greñuda; que le dijera qué eran efemérides, qué era Caronte y también que quería escribir un sueño. Sin obtener respuesta llegó hasta la mesa sobre la que humeaban ya los platos con sopa. Después de sentarse volvió a preguntar cómo se contaba un sueño y su madre, un tanto irritada, le dijo:
— ¡Ay Regina, otra vez con tus cosas, por favor cómete la sopa!
Callada y meditabunda empezó a comer, pero discretamente otra sonrisa fue apareciéndole en la boca. La sopa era de letras. 


sábado, 14 de diciembre de 2013

Sálvese quien quiera

Hace poco leí una entrevista que le hicieron a Zygmunt Bauman, sociólogo, filósofo y ensayista británico, en la cual habla sobre sus teorías respecto a los tiempos actuales y su postura acerca de la vida líquida, el amor líquido y otros aspectos que ahora son fugaces.
Una de las cosas que llamaron mi atención es que en los tiempos que corren una carrera no te asegura nada y además, que en esta “modernidad líquida todo es inestable: el trabajo, el amor, la política, la amistad; los vínculos humanos provisionales, y el único largo plazo es uno mismo”. Sin embargo, lo que de plano me golpeó en la cara (aunque tampoco es tan descabellado, incluso es algo que ya se sabe) fue: “Tratamos al mundo como si fuera un contenedor lleno de juguetes con los que jugar a voluntad. Cuando nos aburrimos de ellos, los tiramos y sustituimos por algo nuevo, y así ocurre con los juguetes inanimados y con los animados”. Y todavía añadió: “hoy una pareja dura lo que dura la gratificación. Es lo mismo que cuando uno se compra un teléfono móvil: no juras fidelidad a ese producto, si llega una versión mejor al mercado, con más trastos, tiras lo viejo y te compras lo nuevo”.
Escribir sobre esto puede parecer un ejercicio para aminorar o repeler cierto grado de ardidez. Espero que no sea así, porque si bien es cierto que al momento de leer las cosas que dice el señor Bauman me sobresalté un poco, pensándolo bien no todo tiene que ser de tal manera. Es cierto que los tiempos actuales nos devoran y el consumismo no permite otra cosa que la competencia y en cierto grado la deshumanización, pero también es cierto que las relaciones humanas, y sobre todo las amorosas, son demasiado complicadas e intentar descubrir por qué se terminan seria un trabajo demasiado difícil, si no es que imposible debido a la variedad de circunstancias.  
Decir que es porque uno de los implicados descubrió a alguien mejor, más competente o mejor posicionado resulta incompleto. No digo que no suceda pero hay otros aspectos a tomar en cuenta. Por ejemplo ¿qué hay con que uno tome un camino distinto, una velocidad distinta o simplemente que el amor, o eso que sentía, desaparezca? Obviamente, algo tuvo que ver el otro pero a fin de cuentas ¿quién entiende bien esto del amor? Eso de entenderlo resulta infantil porque nos enamoramos sin que alguien nos avise cómo nos va a ir, además, existen personas de las cuales resulta, a fin de cuentas, imposible no hacerlo, o hacerlo con medidas.
Dicho lo anterior, en cuanto al amor, me robo y parafraseo un título de un libro de  Ibargüengoitia: Sálvese quien quiera. Si quiere apostarle, apuéstele, si quiere, resérvese. Porque hoy nuestra única certeza es la incertidumbre, como dijo Bauman, y when love is gone, where does it go? And where do we go?              

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Pilotar nuevas estrellas

        
 Las estrellas aparecieron de pronto pero sin la gracia de siempre. La vía láctea que Mario le presentó en otro año parecía entrar por su garganta mientras la sangre de su cuerpo huía en medio de la noche y se mezclaba con la tierra inerme. La primera gota quedó sobre el asfalto, o eso creía, pues en ese preciso momento le era imposible recordar cómo es que había terminado ahí, en esa zanja a la vera de un camino y mirando incrédulo las estrellas. El ruido de la sangre al brotar de su cuerpo y comulgar con la tierra lo engatusaba pero imaginar que podía ahogarse en ella lo aterró. Quería pensar, recordar su existencia o al menos suponer que no moriría porque las imágenes sobre su vida, aquellas que supuestamente aparecen cuando ya no se necesitan, parecían estar ocultas y muy lejos de lo que sucedía en ese momento.  
            Un viento tibio le robó los sentidos, le obligó a cerrar los parpados y lo llevó a través de algo muy parecido al tiempo. Algo que entre otras cosas carecía de angustias primitivas. Se vio a sí mismo en un pasado remoto, acaecido unas horas apenas. Un pasado que contenía una trascendencia infinita y descomunal. La habitación era la misma a la que su memoria se aferraba con afiladas garras y a la que reconocía como algo más cercano a un recuerdo. Era él pero diferente y estaba sentado sobre la cama donde se le derramaron infinidad de sueños. Leyó sobre su propio rostro el cansancio de los días adolescentes y algunos posteriores; de los días en los que ya no hay cinco soles sino diez y cada uno parece tener su propio infierno. Su rostro le devolvió un desconsuelo que nunca antes había visto y repentinamente aparecieron dos fulgores como ojos. En sus antebrazos vio chispas de miedo y culpa. No recordó por qué y simplemente fue testigo de cómo una decisión se desvistió las incógnitas; se introdujo por sus oídos y descansó en el interior de lo que pensaba era su conciencia. Su mano derecha tomó la liga y arremangó, del brazo izquierdo, la camisa de cuadros verdes, morados y dispares. Luego tomó la jeringa y tras perseguir y encontrar una vena dispuesta inyectó el último pinchazo. Un par de segundos después la noción de sí mismo como parte esencial del tiempo se diluyó. Se sintió reducido a mil pensamientos y una fuerza de atracción ilimitada lo hizo introducirse en la mente de aquel que fue alguna vez. De un momento a otro pudo habitarse de nuevo; reconocer sus sensaciones y sus sentimientos, sus recuerdos y sus olvidos. Pudo reconocer millones de actos y millones de segundos que ya no sucederían. Volvía a ser él otra vez pero diferente. Mejor dicho, eran miles de él en diferentes momentos y circunstancias dentro de su propio cuerpo, lo que le brindaba un sinnúmero de perspectivas propias y del mundo; lo que constituía una sabiduría inmensa, que lo sofocaba y le hacia recordar el deseo de morir bajo las estrellas.
            El vuelco que sufrió el mundo no le sorprendió. Había adquirido una nueva percepción de las cosas, de sí mismo y del futuro combinado con el pasado y, acostumbrado a la penumbra, agradeció poder caminar en la noche, bajo el cielo estrellado y a mitad del campo. Imaginando que todo sería mejor caminó seguro, con pasos que jamás había pronunciado de forma tan resuelta hasta el momento en que percibió la luz. Era amarilla y resaltaba en la negrura de la noche. Sus ojos llegaron al piso para descubrir la línea blanca y discontinua de una carretera perdida. Entonces esa luz poco a poco se convirtió en una masa de hierro que decidida, se le iba encima y lo embestía. El golpe recibido a la altura de la cadera no fue tan doloroso como el hecho de, al momento de volver el rostro, ver su propia cara tras el volante del automóvil que le traía la muerte, la misma cara de uno de los miles él en que se había disuelto. Supuso entonces que algún otro lo veía volar, dar vueltas en el aire y preguntarse de nuevo la misma pregunta que se había hecho siempre y para la que nadie tenía una solución. Intuyó que tal vez esa pregunta era la vida misma y ésta terminaba cuando alguien descubría la respuesta o simplemente dejaba de preguntar. Pero eso a él, o a todos los que eran él, ya no le interesaba.
            La caída fue más rápida que el ascenso, las piedras lo recibieron como ortigas despechadas y un pedazo de lámina en medio de la zanja oxidada por el sol, el agua y la soledad se le incrustó en la espalda y probablemente llegó hasta el corazón. A la orilla de la carretera corría una zanja de un metro de profundidad, como un río desaparecido y que nadie ha echado de menos y ahí fue donde precisamente terminó su organismo. Cuando su cuerpo tocó tierra sus representaciones acudieron a él. Sintió fluir la sangre hacia afuera y de nuevo el miedo a ser ahogado por ella lo invadió. También lo llenó de terror creer que permanecería en este círculo mortal pero alguien le dijo desde un lugar remoto que la sangre no alcanza para una eternidad. Conforme se le vaciaba el cuerpo se le vaciaban también los pensamientos. Lentamente cerró los ojos y pudo ver cómo las estrellas le abrían camino en el espacio.
            En la mañana de un día cualquiera su madre subió hasta la habitación. No se había levantado y sobre el suelo una gran capa de rojo había transformado el verde de la alfombra. El cuerpo presentaba varios golpes y una abertura en la parte posterior, abertura que alcanzó a rozarle el corazón. El parte policíaco habló de una puñalada y golpes mortales achacados a un maleante que había entrado no sabían por dónde. La sangre que se le había vaciado era un líquido lechoso de un rojo intenso que adornaba el piso de su recámara. Sin saber porque, su madre lo imaginó en una zanja a la vera del camino, donde es mentira que se erige una capilla pero afortunadamente, tanto dolor le cegó esta visión.  


miércoles, 20 de noviembre de 2013

Vida a fin de cuentas


La indigente que camina siempre acompañada de tres perros y un costal sobre su espalda era la segunda que contaba. Iba frente a las instalaciones del teatro de la ciudad y el cuadro era algo costumbrista pero sobre todo decadente. El juego de ese día consistía en contar personas que hablan solas por la calle. Era un pasatiempo divertido y común, el cual solía realizar desde el asiento trasero del coche familiar y sobre todo en días con sol, ya que  en los grises le gustaba imaginar cosas más desagradables. A veces también cantaba, sobre todo cuando sus padres hablaban de él como si no estuviera presente, y cuando llovía, solía pensar que viajar en el asiento trasero era una seguridad porque así, cuando sucediera un choque frontal, ellos serían los primeros en recibir el impacto y posiblemente los primeros en morir, o si había algo más de suerte, los únicos. Algunas veces salir a recorrer las calles de la ciudad representaba solo imaginar el accidente que lo dejaría huérfano.  
            —Espero que todo esto no resulte inútil, ¿ya te dijo que quiere estudiar literatura? ¿Ser  un escritor? —le preguntó la madre a  su marido, con un dejo de burla pero sobretodo incredulidad. 
            —Ajá —respondió él— pero va a ser contador.
            —¡Ah claro, como la zorra con la que te acuestas! —le reprochó la mujer, para después buscar en su bolso una de las tres nuevas  pastillas que tomaba: trazodone, diazepam o secobarbital.
En ese momento contó al número tres. Un calvo de 47 años –calculó- que vestía una bermuda beige, zapatos tenis color rojo y una playera verde de la selección mexicana de futbol. Caminaba a toda prisa y al parecer monologaba a la misma velocidad. Con un algodón de azúcar rosa en la mano y como perseguido por el miedo o por su propio par de padres. La única pregunta que asomó por la cabeza de Felipe fue para quién sería el algodón, o si una golosina de esas podría darle, a él, algo de distracción en todo este sinsentido. La discusión, por otro lado, no había tenido réplica y los pasajeros de los asientos delanteros se habían concentrado en el mutismo de siempre pues era sabida la histeria de la mujer, la infidelidad del hombre y la infelicidad de los dos.
Supo que llegarían pronto, y cuando franquearon el crucero en el cual dos payasos con tristes caras realizan insulsos malabares, reconoció en ellos las mismas sonrisas afligidas de sus padres en todas las reuniones familiares. De momento sintió lástima, pero ésta se le apaciguó cuando ella gritó que no podían llegar tarde y su padre le replicó que se calmara o se tomara cinco tabletas más. Al doblar en el callejón donde se encontraba el consultorio del doctor Mendiola distinguió a la cuarta integrante de la lista. Era una anciana demacrada y casi a punto de morir.Caminaba con una soledad tan grande que, paradójicamente, parecía ser acompañada por una masa que usaba el espacio contiguo para intentar manifestarse; como si esa soledad pudiera transformar un espacio, convertirse en compañera y acomplejar la luz adyacente a la mujer. Felipe imaginó que la compañía de la mujer era su muerte y sonrió. Esto le dio una idea para el regreso a casa: identificar a las personas más cercanas al momento de morir, sin embargo, desechó casi de inmediato la propuesta de su imaginación pues en  las listas que creaba el lugar número uno siempre se lo adjudicaba a sí mismo.
            Justo entonces llegaron a la entrada del consultorio. Su padre estacionó el coche en seis movimientos y varios gritos y quejidos de su madre. Los tres descendieron después, sus padres discutiendo lo de siempre. La anciana que advirtió en la esquina les dio alcance y al pasar junto a ellos y notar el altercado dijo en alta voz: “este mundo es uno de locos”. Mamá y papá callaron y se dispusieron a entrar como cualquier familia feliz. La entrada al consultorio también fue la de siempre: ella acomodándole la ropa, el pelo y recordándole lo que tenía que decir; su padre, absorto en las nalgas de alguna desconocida que salía o entraba o pasaba por ahí.
La vacuidad del consultorio amenazaba su estabilidad y mientras esperaba sesión con el psicólogo, contenía trabajosamente la risa porque junto a la televisión, que transmitía una especie de curso de superación personal, colgaba un cuadro con una frase irónica: el mundo es un lugar para las mentes sanas. En ese momento se abrieron las puertas y su nombre fue mencionado con algo parecido a una mezcla de orgullo y conmiseración. Felipe no podía parar de reír.
El regreso a casa fue como tantos otros en otros tantos días que parecen no tener continuidad. Desistió en seguir con la cuenta de la gente por el disgusto que dejó en él el Dr. Mendiola, sus palabras y sobre todo sus miradas. ¿Cómo decirles que siente acoso de su parte? Aunque tal vez era cuestión de la imaginación, o de las entrepiernas, pensó. Por la noche no hizo tarea, escribió un cuento nuevo y pensó que el primer año de secundaria podría sobrellevarse. Tampoco bajó a cenar y le sorprendió un poco que su madre no fuera por él, que no lo reprendiera y por el contrario, le llevara la cena hasta su cuarto. Pero la sorpresa no paró ahí. La cena consistía en un par de huevos revueltos, jugo de naranja y dos rebanadas de pan tostado, además de algunos calmantes que lo hicieron dormir profundamente. Todo lo sucedido no fue lo que impresionó a Felipe, sino ver lágrimas en el fondo de los ojos de su madre y, sobre todo, escucharle palabras reconfortantes, palabras saltarinas y juguetonas que trataban de significar “todo va a estar bien”; palabras que hacía mucho tiempo no brotaban de su boca ni de sus ojos, del fondo de su ser.
En la mañana siguiente no hubo despertar. Su madre ni siquiera durmió y cuando él estaba a punto de salir para la escuela, como cada día sin desayunar y sin despedidas, el canto de una nueva mujer lo regresó, pausadamente, a la habitación donde su padre dormía de manera plácida, con la conciencia abierta al conocimiento de que ya no habrá nada más, al menos, en esta parte de la vida. Le sorprendió ver una maleta hecha muy cerca de la cama, también ver a su madre tan tranquila aunque con la mirada perdida. Sin duda alguna la amenaza de abandono y las múltiples infidelidades del esposo despertaron en ella el instinto homicida, aunque también podríamos añadir algo de esquizofrenia, soledad, miedo al futuro y un desorden alimenticio. A pesar de todo lo analizado nadie supo cómo fue que el hombre tenía tal cantidad de estupefacientes en el cuerpo, al grado de no resistir cierto llamado muy conocido y en este caso, involuntario. Únicamente se pudo escuchar a través de esa tétrica mañana la voz de la mujer, fluida y feliz a lo largo de la calle, sin detenerse en cada esquina para mirar primero a un lado y luego hacia el otro.
En la imaginación de Felipe quedó registrado el momento en que su madre era trasladada al sanatorio mental de la ciudad y su padre al cementerio de la misma. Si bien había sospechado el desorden mental en las personas, nunca se atrevió a pensar en alguna consecuencia fatal. Tampoco nunca se había puesto a pensar en la rapidez del tiempo y en cómo los días nos llevan de un lugar a otro mientras nos dedicamos a parpadear. Pero había pasado y ahora, al parecer, la tía Gertrudis y su esposo se harían cargo de él. Fueron los que arreglaron el sepelio y los que dispusieron de una pequeña habitación en su casa, la cual habían construido esperando a un hijo que nunca llegó. La disposición en ellos fue algo inusual ya que jamás existió una verdadera relación familiar y lo poco que sabía de ellos era que afortunadamente nunca tuvieron descendencia. 

Siete meses después del fatídico suceso Felipe regresa a casa de la tía Gertrudis, es de noche y ha preferido pasar la tarde por ahí, hablando mientras camina solo por las calles de la ciudad pero mirando de un lado a otro con desconfianza. Cuando traspasa la puerta es un poco más noche, las estrellas relucen con intensidad pero desafortunadamente tienen que quedarse afuera. No hay cena y la tía Gertrudis lo regaña, le pregunta dónde ha estado y por qué no llega más temprano; le dice que su tío ya está por llegar y habrá que apresurarse. Enmudecido, el adolecente sube las escaleras.Sabe lo que sigue, lo que harán todos en esta noche y no consigue descifrar si le desagrada o, poco a poco, se ha ido acostumbrando. Lo único que sabe es que debería escribirlo todo pero al revés, escribir una historia donde no suceda lo que pasa en este lado de la vida.
Entra al cuarto en el que ha sobrevivido esos días o como sea que les llama la gente, pretende que pone el seguro imaginario a la puerta y pretende que esa oscuridad lo protege. A pesar de ese sentimiento que desconoce se desnuda y se tiende sobre la pequeña cama, como se acostumbra en esta casa. En un instante que de tan imperceptible se vuelve intolerable, entra Gertrudis con su bata de seda, se sienta en el borde de la cama y dice que “Pancho está por llegar, que hay que apurarse”. Extiende entonces la mano y toca la entrepierna del sobrino con alevosía, con necesidad, y cuando siente la tensión se deshace de su bata, se introduce en la cama y busca la conjunción de la inconsciencia con la juventud. Cuando el ruido de un motor se apaga fuera de la casa, Gertrudis ya está en la cocina. Francisco entra y prefiere no cenar, se justifica con cansancio y el hecho de haber trabajado hasta tarde y por el contrario, plantea irse a dormir.Sube a la habitación así, sin más, porque en ese matrimonio ya no hay nada que hacer o decir. El señor de la casa espera pacientemente el transcurrir de una hora o dos -solo la noche lo sabe- y cuando cree que su mujer duerme lánguidamente, se levanta cauteloso y camina unos metros hasta la puerta de la habitación del muchacho que sigue desnudo y ahora, boca abajo. Felipe lo espera, lo intuye y lo siente entre las sabanas pensando que en todo esto no hay muchas risas ya y que, tal vez, falte poco para el amanecer. 
There is only one way to read, which is to browse in libraries and bookshops, picking up books that attract you, reading only those, dropping them when they bore you, skipping the parts that drag and never, never reading anything because you feel you ought, or because it is a part of a trend or a movement. Remember that the book wich bores you when you are twenty or thirty will open doors for you when you are forty or fifty and viceversa. Don’t read a book out of its right time for you.
Doris Lessing “The golden notebook”.


Pese a la cita escrita, esta entrada no tratará sobre la escritora británica y recién fallecida, aunque debería. Y no será así porque en realidad solo he leído un libro suyo y mi memoria no sería de gran ayuda. En cambio comentaré sobre otros dos escritores que también ganaron el premio Nobel y que leí recientemente: J. M. Coetzee y Orhan Pamuk.
                Tal vez la gran pregunta sea ¿por qué? Y la respuesta obvia es: porque quiero y puedo. Bueno, no tanto, supongo que únicamente es a manera de ejercicio y un poco de homenaje a dos libros que me tuvieron atado pero sobre todo, que al terminarlos (y durante la lectura) me dejaron con una exaltación de sentimientos bastante fuerte. Y es que como dijo la señora Lessing, a veces estás listo para un libro, a veces no, pero en mi caso al menos, la mayoría de las ocasiones disfruto lo que leo y casi siempre siento algo en el pecho, en el estómago o en el cerebro.    
                Desgracia, de J. M. Coetzee, plantea la situación de un hombre viejo, su soledad y algunas situaciones que le plantea la vida con relación a su hija y su profesión pero sobre todo, plantea el desgarramiento y la problemática que significa enfrentar un hecho para el que probablemente no se está preparado. Sin duda, uno de los elementos presentes en la novela y que la marcan como “densa”, es la soledad del personaje principal y sobre todo, su enfrentamiento con la vejez, además de todo lo complicado que pueda resultar contar una historia dentro de Sudáfrica. De este modo culpa, redención, intentos de respeto, aspectos políticos y sociológicos se adhieren a la trama y en lo personal, lo que más me afectó: eutanasia canina.
                La mayoría de los personajes son complejos, sobre todo Lucy, la hija de David Lurie y aunque poco a poco se van descubriendo los intereses de algunos de ellos, lo que queda claro es la dificultad en las relaciones humanas, algo que probablemente sea demasiado conocido sin embargo, en Desgracia persiste una sensación de incomodidad que va más allá de cualquier decisión actual o del pasado. Debo confesar que lo leí en un momento en el que no me sentía del todo feliz y la sensación que me dejó fue intensa y hasta un poco dolorosa, sobre todo con el final.
                La historia de Nieve se desarrolla en Turquía y me parece que una de sus principales características, al igual que Desgracia, es la soledad de los personajes principales. Ka, el protagonista, es un poeta solitario que regresa a la mencionada ciudad y se enfrenta con problemas políticos, amorosos y sociales pero encuentra la inspiración necesaria como nunca antes lo había hecho. Atraído por una ola de suicidios de jóvenes mujeres que a fin de cuentas no queda claro si en realidad se suicidan o no, y por unas elecciones que pueden marcar una diferencia, se ve inmerso en una disyuntiva existencial que tiene que ver con cuestiones ideológicas, religiosas, políticas pero sobre todo amorosas.      
                Se dice que la novela es muy política y sí, lo es. También es lenta pero muestra la problemática de Oriente bajo una trama que a la vez expone la soledad de una manera singular. El autor crea un microcosmos empleando una anécdota donde la acción se desarrolla en solo tres días y, cobijado bajo un escenario donde predomina la nieve y las sensaciones que ésta puede provocar, presenta una historia que resulta bastante sensible aunque con ingredientes varios: metaficción, intertextos y poesía que nunca aparece que todos sabemos está ahí.   
                Mientras leía esta novela continuaba con el mood depre de la anterior y lo que más me quedo claro es que Nieve es melancolía.             

domingo, 17 de noviembre de 2013

¿Quémediríasiledijeraquenadalehaceaunofelizenlavidaexceptoelamornilasnovelasquepuedaescribirnilasciudadesquepuedaverqueestoymuysoloenlavidaquequierovivirenestaciudadconustedhastaquememuera?

Orhan Pamuk, Nieve.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Las ambulancias no me sirven
lo que tengo en el estómago
no es veneno
y tampoco lo que deja el desamor:
es la certeza de que ya nada será igual
a todo lo que he conocido sobre mí.

He vivido un amor irreparable.

Y a veces lamento
que la pericia del suicidio se haya marchado
entre los ideales de mi juventud
y solamente puedo
extender los ojos para imaginar
que la infancia vuelve perdurable
sin constreñimientos.  

Pero el niño que pregunta
hace mucho que perdió sus inquietudes.

Ahora soy el hombre
al que las respuestas le llegaron solas
y además le sorprendieron
mirando hacia otro lado
esperando la esperanza
en dirección equivocada.

No hay una gota de arrepentimiento
no
pues en tus brazos habrá lo que le sigue
al amor y en los míos
ataduras que me darán otro tipo

de felicidad.     

lunes, 5 de agosto de 2013

Soy un pesimista, y un decadente

Cada lunes siento que debo escribir unas cuantas palabras más
y cada lunes se me atora el pensamiento
contando cada lunes que se va
pensando que al tiempo le negociamos todo:  
un día pegado con la noche
una vida propia
o una muerte ajena
dependiendo de lo que queramos usar como estrategia
para llegar al sitio que nos corresponde
hasta encontrarnos con los brazos cansados
con una sed irremediable
y colmados de una verdad inservible ya.

martes, 30 de julio de 2013

Hace poco se filtró el último disco de Goldfrapp y mientras veía el video de la canción Drew pensé en la frase aquella de <el rock está muerto>. La veracidad de tal comentario carece de relevancia a estas alturas ya que desde sus inicios, el rock como tal, ha tenido fisuras que lo emparentan con diversos géneros e incluso algunos exponentes han sabido sacar provecho de esa delgada línea que lo separa, por ejemplo, del pop (iba a poner: sin ir mas lejos los Beatles, pero en este caso no aplica, por lo de lejos, digo).

Decir que el rock ha muerto es un atrevimiento, y aunque es probable que haya argumentos tanto a favor como en contra, lo que resulta innegable es que la música, como todo, se transforma.


Para el rock esta transformación llegó con el sintetizador y la electrónica, además de músicos arriesgados y empeñados en descubrir nuevos sonidos (sí, aquí lean, entre otros, a Bjork) así como infinidad de fusiones y desviaciones. Y pese a todo seguimos usando las etiquetas, pero sobre todo, y esto es lo importante, seguimos confiando en eso que nos provoca la música, en especial alguna voz tan peculiar que resulta inconfundible e inclasificable aunque no siempre necesaria. Como ejemplos podría mencionar a varios ya que dentro del universo musical existen infinidad de opciones, modelos y gustos pero en este momento (aunque parezca que no, estoy trabajando) los que viene a mi mente son CocoRosie (que traen nuevo disco, o no tanto pero ha resultado una gran sorpresa), Antony and the Johnsons (que, bueno, es él), Golfrapp y Boards of Canada. Todos con disco este año excepto Antony, año que a muchos nos ha hecho felices musicalmente, y eso que aún no termina.  


CocoRosie: Child Bride.



Antony and the Johnsons: Cute the world.



Goldfrapp: Drew.



Boards of Canada: Reach for the Dead.


jueves, 11 de julio de 2013

De modo que caíste en el veneno de la literatura y revolviste polillas y papeles sin encontrar nada. Y todo no fue más que una suma de interrogantes no contestados que agitaron más tus inquietudes ya habituales. Y quisiste saber. Y preguntaste. Y seguiste investigando sin que nadie te pudiera decir nada, sino que dejaras esas lectura que mucho tenían de sacrilegio y de locura. Y así fue como empezaste a pronunciarte contra todos los que te criticaban…Caíste en ese pozo sin escapes que son las letras y te sentiste cada vez más solo y melancólico. Y te fuiste declamando, a través de puertas irreales, e investigando sobre cosas de las que muchos ignoraban su existencia.  

Reinaldo Arenas,
El mundo alucinante. 

martes, 2 de julio de 2013

Celebración, El gobierno (Dos) y Estipendio

Celebración
La tía Bernarda comenzó a llorar de seis a siete de la tarde todos los días y sin que supiéramos por qué. Al principio el tío Joaquín le decía cosas como: “lo siento, pero ya te dije que todo va a estar bien” y luego se alejaba de la puerta de la recámara de su esposa con expresión maquiavélica. Eso se convirtió en una costumbre para todos, sobre todo para la tía Bernarda. Lo raro fue que siempre estaba feliz, y cuando terminaba de llorar, salía de su cuarto con una cara esplendorosa; con el cutis renovado y una sonrisa encantadora.
¿Por qué llora usted todos los días?, le preguntaron en una ocasión.
Es una forma de agradecer y manifestar mi bienestar, respondió.
Al siguiente día todas sus conocidas en el pueblo comenzaron a hacer lo mismo, y durante algunos meses, dejaron de escucharse las campanadas de la iglesia que anunciaban misa para dejar oír el llanto de casi todas las mujeres que vivían por entonces en los hogares felices.
Bueno, al final es casi lo mismo, dijo el padre con beneplácito.  


El gobierno (Dos)
Las tres mujeres que lloraban más fuerte aparecieron muertas en las afueras del pueblo. El Gobernador regaló tres bicicletas y con eso nos olvidamos del asunto. 


Estipendio

Al tío Joaquín le tocó la bicicleta más grande, mas vistosa y la más veloz ya que la tía Bernarda fue la que lloró siempre más, y más alto. Siempre que podía la presumía, sobre todo en las noches en que salía a pasear con los otros dos viudos ganadores. En esas ocasiones se ponía siempre a la delantera y ninguno de los paseantes se dignaba dirigir la palabra a nadie que no perteneciera a ese club. Poco a poco se disputaron entre ellos mismos el mando del grupo, y un día que mi tío Joaquín le puso una canasta morada entre los manubrios a su bicicleta, sus compañeros lo corrieron de la banda porque según ellos, eso afectaba la ideología de la asociación. Entonces se sintió muy solo y se dedicó a llevarle naranjas a la tía Bernarda que descansaba ahora, muy sorprendida creo yo, en su propio sepulcro. Llenaba la canasta morada y  hacía muchos viajes en el día, cuando no se topaba con sus antiguos camaradas y hasta sentirse agotado. Se las llevaba porque a ella le gustaban y también, dijo antes de tener el accidente que le costó la vida (chocó en su bicicleta contra un poste de luz mercurial, cuando instalaron la electricidad), para que lo perdonara y sobre todo, lo pusiera en bien con lo que fuera que se iba a topar allá, de aquel lado de la cosa que nos pasa casi sin querer.

domingo, 30 de junio de 2013

Sigo sin Twitter, así que es de suponer que este espacio se llenará de más obscenidades; éste y el Tumblr que comparto con mi novio. Y bueno, en esta ocasión (y nada más porque ando aburrido, es domingo y no quiero trabajar), les platicaré de un disco que no puedo quitar del reproductor y también de algún otro que venga al caso y piense que sea pertinente. O no. Pero pensándolo bien eso de platicar es inexacto, más bien comentaré los títulos de los discos y subiré los temas que me gustaron o llamaron mi atención y ya. Ah, son discos de Hip Hop y Rap.

El primero es Bruja, de la Mala Rodriguez y es el que no para de sonar en mis oídos. Es el quinto de esta mujer española y según las criticas contiene la misma fuerza y fiereza de sus antecesores. Y sí, el disco es una protesta total pero también contiene temas personales que, sorpresivamente, ayudan a crear un sentimiento de soledad, desesperación y de estar hasta la madre de todas las cosas ojetes que existen en nuestra actualidad. Pero como no quiero hartar con una supuesta erudición musical aquí le paro y le dejó el link de Jenesaispop para que cheque la reseña del disco: http://jenesaispop.com/2013/06/16/mala-rodriguez-bruja/.  

El otro es el de Kanye West: Yeezus. Aquí es preciso aclarar que nunca he sido fan de este hombre y que incluso cuando me enseñaron su trabajo anterior, My beautiful dark twisted fantasy (y que dicen es su obra maestra), no me sentí atraído por su sonido, un poco en parte por utilizar una serie de sampleos de canciones tan variadas que me hizo infravalorar el esfuerzo del músico. Con Yeezus ha sido diferente. Pudiera decir que debido a la canción Blood on the leaves pero no, en realidad todo el disco me parece bueno, lleno de furia y toques experimentales en cuanto a la mezcla de sonidos. El tema que mencioné aquí arribita contiene un sampleo de Strange Fruit cantada por Nina Simone, canción que inmortalizó Billie Holiday y trata sobre los negros que eran colgados de los arboles, lo cual los hacía lucir como un fruto extraño precisamente. Y si en la voz de Billie sonaba escalofriante (sobre todo cuando la interpretaba en vivo, dicen), en la canción de Kanye no se pierde esa sensación.  

Y pues sí, el Rap y sus derivados siempre ha sido un arma para la denuncia y la protesta, aunque en algún momento haya creado exponentes risibles (Vanilla Ice, Control Machete, etc.) y ahora se diversifique (léase Die Antwoord, Tyler the Creator pero sobre todo Mikky Blanco) y muestre que no solo es para ello.

P. D. Después de un año M. I. A. lanza otro sencillo de su disco Matangi (que a ver si es cierto que sale en este 2013), no tan bueno (sobre todo el video) como Bad Girls pero con pelo rosa y coros de metralla. 


Mala Rodriguez: 33 y Quien manda.



(solo la encontré con un tal Shotta que no me gusta tanto)



Kanye West: Blood on the leaves.




M. I. A.: Bring the noize.

              

        

domingo, 23 de junio de 2013

El gobierno (Uno)

Según mi padre, el gobierno en el pueblo empezó el día que un hombre prometió traer el mar hasta acá. También con unas elecciones armadas de un día para otro; comicios en que la mayoría de la gente (al menos eso se dijo de manera oficial) votó por el señor Gobernador y no por uno de sus ahijados. Lo extraño fue que después de dicha elección, cuando se preguntaban entre todos quiénes habían votado por él, muy pocas personas respondían “yo”, aunque en el fondo, todos ansiaban tener a la vista otro horizonte, una brisa distinta y un poco más de color azul en este pueblo amarillento.

                Claro que el mar nunca llegó, decía mi padre cada vez que se acordaba de la mentira más grande que podía recordar.   

lunes, 17 de junio de 2013

Gracias a diversos teóricos literarios hubo un tiempo en el cual se consideró la figura del autor como la principal fuente de inspiración en la creación dentro de la literatura dejando a la obra misma no solo como un resultado axiomático, sino, incluso, como un ente aparte que, un poco menospreciado, delegaba la atención a la vida del ser humano que la había creado. Esta relación entre la obra (en este caso literaria) y su creador, siempre ha sido motivo de estudio y, sobre todo, especulación ya que resulta imposible separarlos y además, permite entender un poco más el universo que el escritor pretende establecer a su alrededor.  
Con el paso del tiempo todo se fusionó; actualmente la obra es considerada la base de la pirámide que incluye al autor y, ahora también, al lector. Pero además de esta aparente armonía se desarrolló algo que es consecuencia de la fama y que es inherente a la experiencia estética que nos produce el contacto con una obra artística que nos trasciende: el culto al autor.         
Me atrevo a pensar que este culto se crea porque además de las sensaciones que las obras literarias generan en el lector (y que establecen la necesidad de conocer más sobre la persona que tal vez adivinó nuestro pensamiento o nos trasladó a un mundo al que jamás, por ninguna circunstancia, nos hubiéramos imaginado ir), han existido escritores con vidas realmente sorprendentes. Suicidas, dementes, homosexuales, alcohólicos y un largo etcétera han establecido puentes a través de sus creaciones con miles de seres que a su vez, ya sea por sentirse identificados o por simple morbo, investigan e idealizan la figura del autor. Esto no quiere decir que todos los creadores tienes que ser necesariamente personajes conflictivos o siquiera interesantes, sin embargo, gracias a numerosos antecedentes, persiste la idea de que la gran mayoría de los artistas son excepcionales en cuanto a su modo de vivir. No obstanteexisten muchos que son personas normales, con problemas un poco más comunes, si se puede decir. Lo mismo sucede con la postura aquella de que para escribir, entre muchísimas cosas más, es necesario haber vivido, y a este respecto, también se puede conceder la posibilidad de que no siempre es así. En fin.  
Por otro lado, no siempre fue necesaria una horda de fans (o fanáticos) para levantar toda una leyenda referente a una figura, digamos, pública. Es decir, así como han habido escritores a los cuales les tuvo sin cuidado lo que la gente pudiera percibir de ellos o la forma en la que sus lectores imaginaban sus vidas, hubo otros que por sí mismos se encargaron de mostrarle al mundo todo lo posible en cuanto a su persona, creándose más un personaje de sí mismos que otra cosa. Es el caso de Ernest Hemingway, quien en algún punto de su carrera no necesitó de nadie más que él para crear un culto alrededor de su personalidad. Él mismo logró que su figura adquiriera un protagonismo desmedido y ayudó a enaltecer la figura del escritor como un ser con una necesidad de atención bastante grande y, muy importante, en los tiempos en los que no había Twitter o Facebook. Y es que desde un punto de vista personal estas redes sociales (y supongo que algunas otras también) permiten que no solo escritores y personajes de la vida pública sino todo sus participantes, usen y abusen de ellas creando verdaderos altares en sus perfiles, muros y cuentas llevando casi al extremo el culto a la personalidad. Esto, aunque lo parezca, no es un ataque a la redes sociales en cuestión ni a sus usuarios, pues cada quien es libre de hacer con su vida lo que quiera y dentro de ello está el participar en ellas o no. La cuestión aquí (quiero creer, porque en realidad no estoy muy seguro de lo que estoy escribiendo) comienza con lo siguiente:     
 Un día, el escritor peruano Iván Thays posteó una entrada en su blog (aquí el link: http://ivanthays.com.pe/post/47195891777) donde plantea cuáles serían las interacciones de algunos escritores del Boom Latinoamericano en las redes sociales actuales y claro, eso hace volar la imaginación y no limitarse a los de este continente y/o periodo. También echar un vistazo a los perfiles y las cuentas de los escritores contemporáneos  y días después recordé una experiencia que me sucedió con la red del pajarito azul.  
En un viaje de estudios a la FIL de Guadalajara me recomendaron Temporada de caza para el león negro y me gustó bastante. Una novela de un joven escritor zacatecano joven y finalista de uno de los premios más prestigiados: el Herralde. Por medio de la solapa del libro me enteré de que tenía un blog desde mucho tiempo atrás: http://atari2600.blogspot.mx/ y también por esa época, o tal vez un poco antes,  yo había creado una cuenta en Twitter. Así que de pronto me encontré con que ya seguía Tryno Maldonado en esa comunidad, el escritor de la novela que me había gustando tanto en los últimos meses. Como es de suponer, nada de eso cambió mi vida ni lo que sucedía a mi rededor. La red social en cuestión acaparó mi atención por un buen periodo de tiempo y me mantenía pendiente de lo que publicaban las personas a las que seguía (que tampoco eran tantas y nunca lo fueron) pero sin que ello provocara una revolución en mis actividades diarias. Supongo que por eso no me pasó inadvertido el hecho de que Tryno dejara de publicar tuits de la manera en que lo hacia, o sea, con cierta regularidad. Hasta que retomó dicha actividad con datos respecto a su nueva novela: Teoría de las catástrofes. La verdad es que me dio gusto saber que el zacatecano publicaba un nuevo texto y por supuesto, me dieron ganas de leerla en cuanto saliera a la venta (cosa que no pasó así porque el libro era un poco caro y mejor esperé a que alguien lo consiguiera y me lo prestara). L la novela y no me pareció mala pero sigo prefiriendo la anterior y no precisamente por la diferencia en cuanto a la extensión. Pero mientras, en Twitter, Maldonado publicaba TODO lo referente a su nuevo trabajo, las actividades de promoción, entrevistas, reseñas y, también, el nuevo corte de pelo y sus atuendos gracias a Instagram. 
Al principio entendí que todo era parte de la novedad, de promocionar la novela y de que ésta llegara a la mayor cantidad de gente posible para que la comprara, o bueno, que la leyera, lo que es más esperado en un trabajo literario. No obstante perdí el interés cuando todas las publicaciones del señor Maldonado giraban alrededor no solo de la novela sino de su persona gracias a una cantidad bastante considerable de fotografías antes, durante y después de cualquier entrevista y/o presentación. Llegué a la desesperación cuando el señor posteó la foto de su nuevo corte de pelo y lo dejé de seguir. Alguien dirá (y yo estoy completamente de acuerdo) que solamente es Twitter y que (lo repito) cada quien es libre de hacer lo que le venga en gana en su vida y aún más en una red social y que nadie, absolutamente nadie, me obligaba a ver las publicaciones que Tryno hacía. Pero bueno, se supone que para eso sigues a las personas y si en tu Time Line alguien publica una foto, escribe utuit o cambia su estado, pues lo notas, lo ves. Tampoco se trata de enjuiciar a nadie y es preciso reconocer que también para eso son las plataformas éstas, para que la gente suba las cosas que quiera mostrarle al mundo. Puedo exponer, además, que yo ya no soy muy adepto a estas cosas y por si fuera poco, estoy un poco amargado, así que la decisión de dejar de seguir a Tryno obedece únicamente a mi forma de ser y pensar (expreso esto de manera superflua aunque parezca lo contrario, porque, repito, es Twitter) 
Con todo esto llego al cuestionamiento que debería haber planteado desde el inicio: ¿hasta qué punto es necesario el culto al autor? Por que, bueno, luego los egos se disparan y no hay quien los baje de las nubes y digo, yo estaba feliz y contento sabiendo que hay una excelente novela llamada Temporada de casa para el león negro, de un joven escritor zacatecano y que además iba a publicar otra, una que alguien dijo "es la mejor novela de su generación", sin embargo, conocer datos como que a este escritor no le gusta Arcade Fire, que tiene una banda de metal y que le gusta presumir sus cortes de pelo en Twitter (sin mencionar el antecedente sobre el FONCA) no me dicen nada y únicamente me invitan a desinteresarme por su figura como escritor joven del país    
Supongo que pocas personas estarán de acuerdo conmigo (ahora que casi todos somos escritores pero no lectores) y agradecerán el acercamiento que puedan tener con las personalidades de su interés gracias a las nuevas herramientas digitales y a fin de cuentas, están en su derecho, como yo en el mío Por cierto, hace dos semanas cerré Twitter acuciado seguramente por un alto grado de misantropía (digital)  y espero no sentir la necesidad de reabrirlo demasiado pronto.