viernes, 12 de diciembre de 2014

Piedra lumbre

El antro estaba a reventar pero YY bailaba como si estuviera solo. Lo hacía sobre la pasarela que estaba al fondo de la pista, una plancha de madera sobre la que casi siempre posaban los más guapos o las más locas o todos juntos, cuando ya el alcohol o la amnesia podían causar estragos. Llevaba puestos su camisa y su pantalón de marca porque había aprendido que a esos lugares se iba bien vestido o mejor no se iba. Llegó solo pues eso era una cualidad si se presentaba la oportunidad de salir acompañado, aunque fuera por dos. Parecía indiferente aunque esa indiferencia era más un ardid porque se mantenía alerta al desfile de carnes en el cual llevaba ya meses inmerso. No es que apenas descubriera su orientación, para usar una forma política, más bien apenas había descubierto ese lugar donde encontraba harta parafernalia homosexual, sea lo que sea que ello signifique. Había asistido en ocasiones anteriores, con amigos y compañeros de trabajo con los cuales se confesó un día sin demasiados aspavientos. No era [demasiado] obvio y había admitido su condición, para continuar con los eufemismos, de manera normal, dispuesto a ejercer las acciones necesarias para descubrir el mundo que, podría decirse, le abría las piernas. Y a decir verdad, en ese punto tampoco era un inexperto. Había sostenido varias relaciones con hombres de los que aprendió bastantes cosas, mas nunca había tenido una relación “duradera”. Tenía veintidós años y desde los doce conocía el inicio y la finalidad del sexo entre varones pero nunca se había puesto a pensar que a veces también se involucra el corazón y el cerebro, entonces, se vuelve lento en su labor. 
Esa noche sonaba la canción de alguna diva de la música pop estadounidense, una de esas que son tomadas como bandera por casi todo el sector gay cuando una voz le habló demasiado cerca: 
            —¿Me invitas a bailar? 
Dio media vuelta con una sonrisa preparada para ver al extraño que le coqueteaba y que no estaba nada mal, pensó ahí, en un instante más bien ridículo. Era moreno y vestía una playera sin mangas que dejaba ver un par de brazos con músculos definidos. No parecía viejo a pesar de que a YY eso le importaba muy poco, a lo mucho, le llevaría diez años de ventaja, quiso creer. Le gustó lo que vio y como respuesta a la petición puso los brazos alrededor del cuello del desconocido mientras seguían el ritmo que ahora dominaba una diva mayor. 
La noche se cumplió como las normales en esas ocasiones, es decir, básicamente entre preguntas y respuestas sobre las vidas que ambos vivían y al final, en vez de alguno proponer ir a un motel fueron a cenar, algo que YY no supo cómo interpretar. 
  
El día siguiente fue un domingo desabrido pero YY recibió una llamada al mediodía. Era XX, para invitarlo al cine. 
—¿Qué película veremos? —preguntó con falso interés pues la película en sí le parecía lo de menos. 
—La que sea. ¿Cómo le hacemos, dónde nos vemos o qué? 
—Pues ahí en el cine. 
—¿A las cinco? 
Sip. 
YY no se emocionó. La verdad es que había ido muchas veces al cine, con amigos, prospectos y hasta solo, así que eso no representaba un gran suceso y tampoco se puso a pensar mucho en ello. Lo único que tenía claro era que XX le gustaba, y mucho, pero no al grado todavía de sentirse feliz por una invitación, al cine. Lo había visto un par de veces, acompañado de un hombre todavía más grande aunque guapo y varonil todavía, más mamado que él, incluso. YY pensó siempre que podían ser pareja y resultó que no eran, sino que fueron. Se lo preguntó la misma noche que lo conoció pues el tipo andaba con XX en esa ocasión también. XX le contó que ahora solo eran buenos amigos, algo que el hombre le había pedido de favor. YY sintió empatía, e intentó, como casi siempre, entender y sobrellevar las cosas de la vida. 
La emoción que sentía no era del todo clara y creía que no era indiferencia lo que se le presentaba ahora, sino la oportunidad de satisfacer su calentura. Con este pensamiento llegó al cine, a la plaza comercial donde las familias felices lo son más y mientras la función comenzaba XX le propuso caminar. Visitaron tiendas de ropa carísima, zapaterías, tiendas de discos y hasta una joyería. Ambos querían comprarlo todo pero decidieron esperar otro momento y en cambio pudieron conversar ampliamente sobre marcas y productos favoritos y convenientes. XX le fue diciendo más o menos lo que quería de una “relación” y aunque el término en ningún momento fue mencionado, YY lo adjudicó solo para llamarlo de alguna forma. Lo cierto es que ahora que lo volvía a ver, XX lucía más guapo, más encantador, y las ganas de coger fueron creciendo en su interior. La ropa que usaba esta vez era sencilla pero era una que hacía notar el trabajo realizado en el gimnasio. YY estaba encantado. Si le había quedado alguna duda la noche anterior sobre qué hacer con este sujeto, esa tarde quedó disipada pese a unas palabras que tuvo que escuchar: 
—La relación con mi ex fue larga y muy intensa. El no lo ha superado del todo, me sigue buscando para volver pero yo ya no quiero, aunque, sí quiero estar presente cuando él me necesite, creo que vamos a ser amigos toda la vida. 
—Es el fortachón. 
—Sí, W —dijo XX con una sonrisa cínica pero encantadora. 
Entonces se hizo un silencio. 
—¿Todavía lo quieres? —se atrevió YY, sin exaltar el significado de las palabras y usándolas como escudo por si el sentimiento del otro se manifestaba en una medida mayor, con una palabra más grande aunque más corta. 
—Pues no, bueno no sé. O sea, sí pero ya no estoy enamorado ni nada. 
—Es difícil de creer, ¿no te parece? 
—Supongo, pero no pido mucho, solo déjame pasar más tiempo contigo para que veas que no miento. Además estás bien rico. 
La película estuvo bien, el tiempo pasó rápido. El juego de rozarse las piernas primero y tomarse la mano en la oscuridad después, ayudó para que la hora de salir llegara demasiado pronto. A la salida, como iban en dos coches, XX le pidió que subieran al suyo y luego él lo llevaría hasta el otro lado de la plaza para que se llevara su auto. YY obedeció y luego de detenerse junto a su auto, comenzaron los besos y las caricias. Se contuvieron cuando una familia llegó a donde se encontraban y entonces XX aprovechó para decirle que saldría de la ciudad durante toda la semana, que no iba a volver hasta el siguiente viernes pero que estarían en contacto a través del celular. 
Para YY esa semana transcurrió lenta, tal vez debido al sinsabor de cierto comentario que uno de sus compañeros de trabajo realizó acerca de XX. Este comentario fue que era uno de los más putos del antro. YY respondió que eso no le constaba y que estaría atento, lo dijo con un tono que lo hacía ver despreocupado, minimizando la información para hacer ver que era una persona de mente abierta y sobre todo, que no corría el mínimo peligro. Mencionó que tal vez no pasara de un acostónacostón que YY estaba seguro, pasaría ese fin de semana. 
  
Quedaron en verse por la noche, en el bar que ambos preferían. YY llegó primero e inmediatamente pidió una bebida. Se encontró con varios conocidos con los que tuvo la misma corta conversación de cada semana: 
—Hola ¿cómo estás? 
—Bien y tú. 
—Bien gracias. 
Algunos eran amigos de amigos y otros relaciones que jamás llegaron a nada más allá de una noche, unos días, unos meses. Era, a fin de cuentas, un ambiente reducido pero marcado por una sola tendencia: pasarla bien, aunque a veces y en ciertas mesas se pudiera ver gente llorando. 
XX se presentó cuando YY bebía el segundo vodka y rápidamente pidió uno también. La noche se fue entre pláticas y saludos con conocidos, entre bailecitos y arrumacos. A la salida ninguno se animó a invitar al otro a un lugar donde pudieran desfogar la pasión acumulada y de nuevo fueron a cenar. YY estaba desconcertado pues había supuesto que esa noche sería la noche en la que disfrutaría de ese individuo. Cuando se despidieron algo extraño sintió en medio del estómago. 
Llegó a su casa y a las dos horas recibió una llamada. Despertó con el ceño fruncido pero al ver el número que le llamaba se animó un poco. La llamada no era para lo que se había imaginado, sino para platicarle que se había encontrado con unos amigos y se había ido a una fiesta. YY no supo cómo reaccionar, pensó que estaba bien que el tipo se reportara aunque no le veía el caso que lo hiciera a esas horas de la madrugada si ya habían pasado un rato juntos y además que le dijera que andaba con unos amigos. Se quedó inquieto a pesar de haber quedado en hablarse temprano. 
Al día siguiente fueron a comer. XX le habló más claro ahora y le advirtió que no pensaba coger con él hasta pasados unos tres meses más o menos. YY se quedó impresionado. 
—¿Por qué? —preguntó incrédulo. 
—Porque si cogemos me voy a enamorar. 
YY se quedó pensando en la respuesta y se sintió halagado. Una sonrisa se le quiso dibujar pero la reprimió y pensó que lo mejor sería aparentar una reacción normal, tranquila. 
—Pues está bien, si eso quieres yo puedo esperar —dijo, sintiendo que todo eso iba por un camino que nunca había recorrido pero que estaba seguro de querer hacerlo, aparte de pretender mostrarse hasta cierto punto apático y consecuente. 
  
Los meses que siguieron no fueron precisamente felices. Lo que YY había supuesto un romance idílico se convirtió en una serie de problemas que desconocía. La mayoría de las veces que salían a los bares terminaban peleados porque XX siempre encontraba personajes que habían estado en su vida o querían entrar y él no era capaz de reprimir esa coquetería por la que era conocido y como es de suponer, todo eso creaba una ola de celos en la mente de YY. En los tres meses siguientes terminaron su relación un par de veces. En la primera YY no sintió una angustia real y tomó la decisión con verdadera calma, sin embargo, XX le llamó al día siguiente para decirle que se había arrepentido. YY por su parte sintió una batalla ganada, además de pensar que traía al aludido verdaderamente enamorado. No se dio cuenta de que era XX quien manejaba la situación; quien no quería algo serio todavía, una relación con obligación pero al mismo tiempo no quería perder una posibilidad que ya sentía cercana. 
XX resultó ser controlador, YY resultó proclive al romanticismo, tal vez porque nunca había vivido una relación así donde, creía él, el futuro podría funcionar. De este modo su carácter comenzó a sufrir un cambio que de principio fue imperceptible. En el segundo rompimiento XX le dijo que era lo mejor, que se merecía a una persona que de verdad lo quisiera y que no lo fuera a dañar. YY no aceptó, pensaba que era él quien lo merecía; pensaba que era él, XX, quien necesitaba ser querido precisamente por su persona. Pasaron unos días y pensó en provocarle celos. Comenzó a salir con un antiguo amante pero cuando XX los vio en el antro hizo como si no le importara. YY, enfurecido, mandó al diablo a su viejo amigo. Fue tras XX y le confesó la verdad, el otro hizo un amago por sonreír y YY se sintió estúpido y se maldijo por dentro. Iba a dar media vuelta para irse cuando XX lo tomó de un brazo y le dijo que lo perdonaba. También le preguntó si quería ir a un motel. 
YY se quedó callado. Solo pudo responder con un movimiento de cabeza. 
Salieron sin prisa pero decididos, después de todo, el tiempo que se habían propuesto para la primera vez se había cumplido si no de manera exacta, sí muy parecida. El resto de la noche fue rápido y, para sorpresa de XX, casi milagroso. Si bien había pensado que YY sería más bien tímido, la verdad es que su comportamiento no solo le sorprendió, sino que lo hizo sentir bastante placer. Desde el inicio supo del peligro, cuando los besos y las palabras obscenas los abordaron ansiosos y luego, cuando ya desnudos, YY lo saboreó completo. XX estaba resignado a lo que sucediera cuando llegó la penetración. 
—¿Qué me hiciste? —preguntó XX sonriendo y ya de día, mientras lo veía a contra luz, con el sol distorsionándole la cara y por ello, pareciéndole que interactuaba con el rostro jovencísimo de W. 
—Nada…o bueno, quién sabe, tal vez resulta que soy tu miedo más grande y además ya te enamoraste —le contestó el otro de manera estúpida y con una amplia y oscura sonrisa.



sábado, 29 de noviembre de 2014

Kerouac me prestó casi todo un poema

Soy un extraño sin felicidad
Con los ojos agobiados porque el mundo
Se ha vuelto demasiado.

Estas no son palabras mías
Pero me visten a la perfección
Y creo, además, que
Algunos ni lo sabrán:

Tengo yerba santa.

Y en ocasiones vuelo lejos
Y luego me estrello
Y entonces te encuentro justo
Como me gustas. 

Pero las diferencias nos reservan.
Los sueños grises se convierten
En pensamientos azules para impresionar
Para llegar al último rincón del mundo
Y entonces alguien me diga que soy un importante.

Ahora me siento cómodo sin honor
Y cuál es el conflicto:
Si me emborracho tengo sed
     _si camino mi pie se rompe_
     _si sonrío mi máscara es una farsa_
     _si lloro sólo soy un niño_
     _si recuerdo miento_
     _si escribo, ya todo fue escrito_
     _si muero, la muerte llega a su fin
     _si vivo, la muerte recién comienza_
     _si espero, la espera es más prolongada_
     _si parto, la partida ya no existe_


No puedo despegarme un Beat
Como tampoco la idea de un bienestar
Que desdeño.


Algunas ilusiones han sido proscritas luego de     prostituirse.

domingo, 2 de noviembre de 2014

¿Me desafías, insolente Barbitúrico?
Sire, su abuelo ha muerto, el viejo Nembutal.
Las estrellas llorarán por Nembutal...
¿No son dignos de un rey
la Aureomicina y el Formaldehído, 
No es digno de un rey
Cabalgar triunfante por Anfetamina? 

-S. Rushdie (o alguien).

sábado, 1 de noviembre de 2014

Los Interesados


I
Cuando pensé que ya no había por qué correr detuve mis pasos sobre avenida Revolución, antes del paso a desnivel y justo en el cruce donde permanece el espíritu del teatro Fantasmagórico, frente a una Basílica. Ya no distinguía una partícula siquiera de aquel espectro, su esencia había desaparecido por completo. Apenas crucé las puertas distinguí la soledad. Creo que eso, la soledad, es lo mejor. ¿O será la oscuridad? El lugar siempre está vacío y eso reconforta; quizá en verdad nunca nadie se pregunta por qué está solo todo el tiempo y podemos venir aquí, los Interesados.  
Apenas entré busqué mi esquina favorita. Caminé despacio, con una tranquilidad que todavía reconozco y eso me hizo sentir mejor, me tranquilizó de inmediato. Me senté pero aún no quería cerrar los ojos, así que me concentré en palpar el espacio pues notaba algo distinto. He estado en este mismo lugar algunas veces más, las suficientes para percibir una mínima diferencia incluso en el aire aunque esta vez sea más un presentimiento, eso de lo que hablé en una de las otras vidas con Billy Pilgrim, la única persona que recordaba, como yo, el significado no solo de la palabra sino también la sensación. De esa y de algunas otras más.
Un escalofrío me sorprende, algo que me sucede muy esporádicamente ya también y entonces recuerdo toda la inquietud que me aterró minutos atrás. El pulso se me acelera y comienzo a desconfiar otra vez. La inquietud va a regresar, me digo, y luego pienso que ojalá todo se resuelva con un traslado. Si me envían a lo que era la vieja Delhi, buscaré asesoría en la Mezquita más amplia. Recuerdo dónde me encuentro y la calma intenta volver. Me digo que es el lugar pese algunas sospechas que me hago callar.

Lo mejor de aquí es la oscuridad.

Debo cerrar los ojos pero por una razón que desconozco me resisto y me pongo a pensar en lo que hice y en lo que he estado sintiendo, en esa sensación de no saber qué hacer o decir pese a estar ya todo determinado. Una sensación de extravío siempre. ¿O era exterminio? Casi me escucho pensar que toda esta oscuridad me parece no esconder lo de siempre. Quiero pensar que no habrá consecuencias funestas pero no logro evitar un alto grado de inseguridad.    
Debo cerrar los ojos, lo sé. No lo entiendo pero debe parecer que no importa, siempre ha sido como dejarse ir de espaldas. Me aferro a la banca con una mano en cada costado, recargo mi nuca en el aire lo suficiente para apreciar un mínimo de comodidad y me apago. Luego me visualizo en esta misma banca y escucho pasos que se acercan. Alguien llega hasta mí, se sienta a la siniestra e inhala un poco de aire. Lo expulsa con cansancio o fastidio, cosas que parecen ser lo mismo pero antes fueron distintas. Tengo los ojos cerrados; sé que esto no está pasando pero sé que pasará; sé que lo veo pero también sé que no: entiendo que acabamos de abordar una línea temporal superior.   
—Siempre he pensado que usted no sabe lo que significa ser un Interesado. O bueno, prefiero creer que lo adultera y lo evita y, desgraciadamente, eso parece que no importa mucho ya. Esta es la quinta vez que atendemos su llamado; y sí, también es nuestro trabajo, pero recuerde que es precisamente esta clase de conflictos lo que tratamos de evitar.
—Lo siento, esta vez ha sido distinto —digo con bastante dificultad.
—Eso lo veremos —me responden. Luego siento cómo reposa lo que creo es una cabeza en el respaldo de la banca y me quedo quieto, esperando que inicie y termine la Introspección. Escucho la voz que oía unos segundos antes ahora dentro de mi cabeza y me inmovilizo pues esto nunca ha sido placentero. No es cómodo que alguien, o algo, zarandee tu memoria. Siento, con la mirada oculta, cómo seleccionan la parte del tiempo que me trajo hasta aquí y alguien la comienza a desplegar.


II
Me encontraba en un sector del centro número cinco de la ciudad, sobre una calle gris pero nada vacía. Había llegado con anticipación, por lo que caminaba en círculos, tratando de mantener mis pensamientos en instantes precisos. El ambiente parecía de invierno y el mundo lucía distinto a como se sentía, era como saber que es una hora pero el momento es diferente a como debería ser. El color ámbar primario, supuesta reproducción del siglo XIX predominaba.  
Tendré que caminar un poco mientras la espera se desarrolla, pensaba, cuando lo vi aparecer algunos bloques adelante. Lo reconocí porque acaba de leer su reporte, no porque le conociera; identifiqué primero el color café de su traje de martes y luego su caminar arrítmico. Instantes después estuve seguro de su identidad porque una de las rodillas se le quebró. También eso decía el reporte y era, realmente, lo importante pues significaba que tal prototipo sería inservible a partir de ese momento y había que suprimirlo. Eso hacemos algunos Interesados, como dicen que comenzaron a llamarnos cuando el tiempo perdió su cualidad esencial, por no decir temporalidad.  
Aún no era de noche y parecía llover; parecía invierno, insisto, sin embargo, el sol todavía calentaba y en el asfalto se demoraba esa ilusión concerniente a la oscuridad. Todo es parte de mi compromiso, pensé. No obstante, eso no bastó para evitar el nacimiento de una pequeña culpa, aunque de ascendencia distinta. Cuando el viejo estuvo a punto de caer, la gente a su alrededor se apartó, buscando la presencia de alguno de nosotros y desafortunadamente yo ya me encontraba ahí. Me abrieron paso y llegué hasta el hombre en el instante justo en que caía al suelo, sobre sus rodillas: símbolo reconocible como rebelión. Invertebrado, pensé luego pero lo olvidé al instante (lo conseguí notar esta vez, desde esta otra perspectiva). El registro de un recuerdo se desplegó. En él constaba que yo memorizaba todo y luego, abruptamente, el rostro del anciano. El ángulo era el que habían empleado mis ojos y justo en ese momento apareció en el aire la alerta sobre mi impulso, perseguida y alcanzada por éste último: en vez de solo arrancarle la cabeza, se la golpee con la suficiente fuerza para dejarlo inconsciente un par de segundos. Cuando me percaté de ello era tarde ya: una figura infantil había re-aparecido de la nada. Luego vino un desequilibrio en los alrededores de todas las historias que ya conocía, de todas en las que había participado. Parecía que una conmoción extraña lo amenazara todo, que una bestia se agazapara detrás de cada luna. Nadie dijo nada, en todos los tiempos todas las personas y todas las cosas con las que coexistía guardaron un silencio desconocido por lo inusual de la situación. No sabía quien estaba juzgando, sentía solo presencias, pequeños murmullos. Llegué a sentir también cómo cada ojo se dirigió de inmediato a la escena que sucedía una vez más, como todas, y apareció en un primer plano general el fantasma de una niña de ojos negros y convexos. Fue ahí cuando me paralicé, cuando dejé por completo de entender algo y un sentimiento desconocido me invadió porque eso era un recuerdo no registrado y al parecer me pertenecía. Esta vez la reconocía como otras cuatro imágenes que ya había visto antes, en otras líneas, solo que nunca la vi tan cerca, tan decidida, o tan descarada. No conseguía saber más, solo sabía de un dolor en el pecho que se extendía por todos mis nervios, que me golpeó hasta casi derribarme; un dolor que no cabe en ninguna definición. Sin embargo el recuerdo, la relación, el dato preciso se me resistía. Sentía algo, eso, pero no encontraba causas ni efectos ni nada más que me pudiera ayudar.
Nadie pronunció palabra hasta que la niña se movió, solamente entonces fueron perceptibles los murmullos, luego las exclamaciones de alarma cuando el fantasma me miró a los ojos y no pude registrar nada concreto, tan solo esa sensación sin procedencia. Para ese momento había olvidado la línea temporal que habitaba y por lo tanto al viejo que mi memoria había dejado inconsciente. Cuando recuperé la situación el anciano ya no estaba, pero el fantasma de la infante seguía ahí, y esta vez me sonreía. Creí adivinar que en ese instante huiría, atravesando la calle para mezclarse con otras personas. Cuando lo hizo pensé en ir tras al viejo y finalizarlo pero instintivamente perseguí a la niña de ojos grandes. Fui tras el espectro; milenario error. Lo perseguí por muchos bloques de gente, concreto e incluso tiempo pero no logré darle alcance. Desapareció tan pronto que me costó un par de segundos darme cuenta de que lloraba, de que el pecho me iba a explotar porque parecía que el dolor de todos los mundos lo acababa de invadir. Si la aparición de la niña me perturbó en gran medida, ahora que desparecía, esa sensación parecía duplicarse al menos. A ese dolor sin nombre se le añadía la ausencia de cualquier recuerdo excepto las otras cuatro imágenes que nada decían en realidad y únicamente llamaban al caos.
                Me vi de nuevo afuera de este recinto. Las alarmas encendidas no evitarán mi desastre, al contrario, me pensé pensando que pensaba; luego me vi entrando, sentándome y cavilando. Escuché entonces la voz que me hacía abrir los ojos a través de una pregunta.


III
                —¿En qué pensaba?  
                —¿Cómo?
                —¿Qué pensaba en ese instante?
                —Nada en particular.
                —No mienta, usted y yo sabemos que usted, Interesado, presiente algo.
                —¿Entonces es cierto?
                —¿A  qué se refiere?
                —A los presentimientos.
                —Lo ve, acaba de darme la razón.
                —Ya se lo dije, nada en particular. Oiga, yo creo que todo eso de la Introspección no es nada más que un ejercicio de memoria.
                —Mire, eso tampoco es cierto, y también usted y yo lo sabemos. Las perspectivas de varias líneas temporales brindan siempre una alternativa o nutren una idea preconcebida. Usted pensaba algo antes de que yo llegara e hiciéramos este “ejercicio memorístico” y piensa algo más ahora, casi está seguro de algunas cosas de las cuales no debería ni sospechar.
                —Pensaba en el presentimiento, en los recuerdos y en el olvido; en una plática que tuve con Billy Pilgrim.  
                —El señor es irrelevante. El señor Pilgrim, quiero decir.
                —¿Cómo puede serlo si es viajero del tiempo, si conoce todo lo que sucede, lo que sucederá y ha sucedido? Hemos platicado y debo confesar que admiro su memoria, aun reconociendo que ésta y todo el conocimiento que posee son consecuencias de sus cualidades pero, ¿se imagina usted si todo lo que sabe lo supiera únicamente porque no lo ha olvidado? Es decir, qué magnifica sería aquella memoria si pudiera conocer cada momento que sucede a lo largo de sus vidas y no únicamente debido al hecho de haberlas vivido infinidad de veces, de poder viajar a través de ellas. Lo cierto también es que he pensado que la importancia de los recuerdos no puede ser así de exigua.  
                —Vaya, al fin. Sepa que tengo el poder de ver cómo a mis interlocutores se les traslucen los pensamientos pero también resulta necesario que se empleen palabras, ya sabe, como emblema de humanidad. Y ahora, mejor recuerde esto, porque parece que se le ha olvidado: “un día la sabiduría fue incompatible con los recuerdos; era como si el maniqueísmo de éstos se hubiera esfumado y la gente ya no supiera clasificarlos, y por lo tanto usarlos. Ésa fue la última señal”. Son sus palabras, ¿ya lo olvidó? Se las dijo a su amigo Billy.
                —No, no lo he olvidado.
                —Recuerde que aunque no lo escuche leo su mente.
                —Billy Pilgrim me hizo creer, me hizo querer recordarlo todo.
                —Ese hombre terminó enfermo, usted lo sabe bien. No pudo contra un entorno hostil aunque momentáneo y comenzó a inventar mundos.
                —De eso yo ya no estoy al tanto. Solo se me ocurre que alguien que nunca olvida es difícil de encontrar.      
                —Usted está rebasando límites peligrosos, y lo peor es que no lo ignora. Déjeme le explico algo. Por una razón nosotros tenemos que…
No lo entiendo, las indicaciones escritas en aquel antiguo código binario que hicieron llegar hasta mi eran las de siempre…
                —Debo reconocer que al menos no se ha vuelto demente del todo y recuerda que tenía empleo. Sí, las indicaciones fueron las de siempre pero al parecer usted no. Y el problema no se encuentra en las indicaciones, sino en su i-rresponsabilidad. Pero afortunadamente nosotros somos todavía una asociación eficaz, bastante grande y con amigos adecuados. La falla fue abatida en el inicio del primer sector del centro número seis, si es verdad que le importa. Varios Interesados, incluso Altos Mandos lo ejecutaron. Fue porque pensaron, y pensaron bien, que se refugiaría con algún grupúsculo de la rebeldía y cojo no iba a llegar muy lejos, además. Así tenía que ser, lo sabemos ¿no? ¿Cómo era? Ah, sí: solo es un ciclo, todos volveremos a ser lo que somos en este momento, alguna vez, otra vez”. Eso también lo dijo usted, si mal no recuerdo. Claro, es poeta en una línea bastante lejana…al menos en esta ya casi no existen. Y mire que perseguir un fantasma…bueno.
                —Supongo que lo siguiente es la vieja Delhi…
                —Supone mal. Ya no sé si lo dijo, lo pensó o solo sé que lo diré: ese fantasma no se resignará, no son estos los tiempos; usted no se resignará, la falta de ese recuerdo que se le resiste es tan real como irreal debería ser ese fantasma y, esto sí ya lo dije: usted ha llegado hasta donde no se puede llegar, hasta donde no hay más. ¿Cómo ve? A veces también uso un lenguaje parecido al suyo, ¿no cree? Mire, voy a acelerar esto, es lo mejor. Le voy a mencionar el nombre que le restaurará el vacío que tanto lo perturba y trate de tomarlo con calma porque viene más. ¿Está listo?
                —Deje de jugar conmigo y diga lo que tiene que decir.
                —¿Está llegando, verdad? La sensación de vértigo por saber que su fin está cerca pero en esta ocasión no sabe lo que vendrá después. Tan solo diga las palabras adecuadas, Interesado.
                —Por favor.
                —…María.
                —…
                —Por supuesto, enmudece. Y qué irónico, ¿no le parece? Saber que te quedaras sin habla en los instantes siguientes y aun así no poder decir más pese al deseo y la pena o sea lo que sea que está sintiendo justo ahora. Supongo que es, ahora sí, por todos esos recuerdos que tanto anhelaba y que en este instante le llegan con velocidad justa, aunque también se podría decir mortal ¿no cree? Pero, ¿a que no ha visto pasar su vida total y completamente, ante sus propios ojos? ¿A que tiene preguntas, muchas? Pero el dolor no le cabe, ni siquiera lo puede mencionar; tampoco pensar con claridad. ¿Se fija que entre usted y yo podemos usar palabras y frases en desuso como si nada? Eso no pasa ahora con la mayoría, debería estar satisfecho. Y bueno, a mi me gusta especificar cuando hago referencia a otras cosas ¿sabe? Y bueno, le voy a especificar las últimas indicaciones antes de resolverle también la última duda mientras todos esos recuerdos hacen su trabajo, hasta que todos los finales que le pertenecen coincidan. Ya sabe, solo le daré un consejo: no se resista a esta oscuridad, que es un poco densa, nada más. El resto es simple: yo me alejaré como vine pero usted no. Se quedará aquí aunque no lo desee porque de cualquier modo para usted ya todo es imposible. Y aunque quisiera salir no podrá, al menos de eso todavía estamos seguros. En fin, la pregunta que le come las entrañas es: ¿dónde está María, mi hija? ¿Verdad? No pregunta por su esposa porque sabe que María es su propia madre. Y ahora sí, con la siguiente pregunta llega la Sincronización. Mientras le relato esto, el recuerdo de sus vidas se completa. Es excitante, lo tiene que reconocer. ¿Se acuerda del día en que le platicó al señor Pilgrim sobre la grieta en los recuerdos? Ese día usted estuvo a punto de alcanzar uno, el mayor, y de hecho, lo ha estado en unas cuantas ocasiones más, aunque con éxito menor. Mire, en esta sociedad, como en la mayoría, se avanza de acuerdo a las acciones que realiza el hombre y, para ser un Interesado, se debe contar con al menos un recuerdo enorme, un recuerdo que permita conservar la certeza de lo que es capaz cada ser. Luego, ese recuerdo es removido mediante diversos tratamientos, psicológicos  y, eléctricos, sobre todo. Posteriormente archivado y resguardado, fuera del alcance de todos excepto los Dos Entes. No, muy desgraciadamente yo no soy uno de ellos, no me mire así. De este modo existe una co-dependencia entre ustedes y la empresa. Algunos llegan a conocer ese recuerdo, cuando no le dan importancia ya y entonces crecen, sobre el escalafón. Esa no es su suerte, está a punto de constatarlo. Bien, ese día, del que usted parece que únicamente recuerda la ausencia de discernimiento del hombre sobre cuál recuerdo era para el bien y cuál para el mal, también se perdieron infinidad de los pocos que nos quedaban como colectividad; unos se transformaron y llegaron algunos otros, incluso de tiempos arcaicos. Es más, algunos ni siquiera eran recuerdos sino simples e infames suposiciones. Y a usted llegó algo, como le digo, un día. Pareció ser un recuerdo colectivo que, hasta donde se pudo ver, era de los que antes llamaban Mito y generó en usted, mediante una mimesis artera (para algunos) pero casi única también, una de las hazañas que todavía conmueven, por el equívoco, obviamente. También le brindó el mayor recuerdo de todos, el que lo ha traído, lamentablemente, hasta aquí. Solo que aquel Mito llegó mutilado, trastornado y en un día fatídico, ese mismo que usted le platicó al señor Pilgrim. Dicha historia es relativa a un hombre y alguno de los Dioses pertenecientes a una era lejana. ¿Lo ve venir? Es la historia de un Dios entregando un sacrificio a un seguidor, solamente que usted sí lo consagró. E incluso fue más allá. ¿Lo ve? ¿Aún no? Está llegando, lo noto en su mirada, en su silencio, en las lágrimas que no puede contener. En ese grito ahogado y en la forma de contorsionarse. Sabe que nada importa ya, ¿para qué todo ello? ¿Ahora entiende por qué dije que María fue su propia madre? Aunque realmente yo no lo hago, sé que nunca lo haré y eso me da un poco de ventaja. También sé que no alcanzará a confesarme, porque no puede, si le aumentaron el espacio prometido o qué promesa era aquélla tan tentadora para sacrificar también a la madre. ¿Acaso pensó que de ese modo también recibía el indulto? Bueno, creo que usted es el que sabe de todas esas cosas, a fin de cuentas se ha empeñado en recordar, y no solo eso, en buscar recuerdos y peor todavía: en que ellos lo busquen a usted. Es notorio también que no le es desconocido, al menos no las partes que a nosotros sí y que, realmente, ya son inútiles, el Mito referido. Pero, ¿no es una pena el darse cuenta de que las cosas no eran así? Supongo que simplemente su cabeza mezcló demasiado egoísmo con sacrificio, ya ve que eso tampoco es muy frecuente ya. Y a fin de cuentas usted no intervino mucho, todo ha sido escrito por la mano de alguien que no tenía mucho qué hacer, le confieso que pienso…es momento de despedirme. Veo que le duele demasiado, no que me vaya, sino esto; que no le es posible siquiera distinguir ya mi mirada o mi ubicación. Sabe, hay algo, como era de suponer, que nunca se pudo eliminar ni sentimental ni física ni psicológica ni semánticamente del hombre: la culpa. Eso sí es un lastre. Puede que haya otras cosas, pero en esta era, la culpa pesa más de lo que siempre se dijo, tal vez porque no solo mantiene su significado, sino que lo ha expandido y, por ello, hoy su castigo es lo fundamental.




lunes, 22 de septiembre de 2014

Una sutil ironía

Jorge siempre caminó mirando para abajo, como hablando con el piso. De hecho, murió dejándose ir hacia un despeñadero, cuando no alcanzó a ver a tiempo lo que se le venía encima.  

Perseguir hasta el final

Álvaro persiguió pájaros desde su nacimiento hasta la primera vez que eyaculó. Aunque luego lo retomó. Primero con los ojos y luego ya, con sus piernas largas después. Al final con las rodillas a punto de romperse. Aquella última vez se encontró, de nuevo, en las afueras del pueblo, con una mancha en los pantalones y sintiéndose más exhausto que de costumbre. Entonces pensó en conseguirse una novia, le contó a mi papá alguna vez. Luego se casó y tuvo una larga vida, continuó mi padre. Pero en la mañana de un día claro, mientras platicábamos y cuando él era ya viudo y conocido de la muerte, dijo que veía en el cielo un pajarito muy chiquito. Mi padre alzó la mirada y alcanzó a ver una mancha en el cielo. Entonces Álvaro retomo su idea y se fue del pueblo, persiguiendo un pájaro tan pequeño que al parecer solo él alcanzaba a distinguir. Mi papá dijo que se había acordado de él cuando Vladimir le prestó un libro de aviación y vio un aeroplano, visto desde acá abajo, y a una altura muy muy grande.

Quién sabe si lo habrá alcanzado, yo creo que no, dice que se acordó oyéndose decir. 

domingo, 7 de septiembre de 2014

You’re not the one*




Te vi desaparecer ya en la calle, a un costado de tu cantina favorita. Ahí me dijiste que te ibas y desde las primeras letras supe que esta vez para siempre. Las razones ya no importan, ni las que dijiste entonces, las que supuse después ni las que aún me crecen con los días. No así ese último beso, sobre la banqueta y después de advertirte siempre usar condón; antes de sentir muchas ganas de soltarme a llorar. Luego de verte partir me sentí peor que extraviado, detuve las lágrimas y necesité de algunos minutos para reconocer lo que sucedía, advertir que la realidad estaba sucediendo y me acababas de dejar, algo que irónicamente había dejado de imaginar. Comencé a moverme por inercia, primero una pierna y luego la otra sin dejar de pensar en toda la soledad que se me venía encima. La noche era increíble de mala y ese vacío, cabrón, ese vacío, renació. 
                Decidí comprar cigarros, primera aparición de esa conducta autodestructiva de la que me hablaste casi siempre, incluso algunos minutos antes y no supe nunca si la detestabas o fue lo que te atrajo de mí. Mientras encendía el primero, temblando, necesité hablar con alguien. Me detuve en una esquina para buscar en la lista de contactos pero nadie me parecía disponible, adecuado. Supongo, tú sabes, debido a que siento que no tengo derecho a molestar a mis amigos cuando he permanecido tanto tiempo escondido. Recordé la cantina, el ambiente y sobre todo el alcohol; uno de los eternos paliativos ante la vida, lo queramos o no. Regresé y me senté en un mesa cercana a la que había participado en nuestra charla de rompimiento (tuyo, por si no ha quedado claro) hacía unos minutos nada más porque era la única disponible. No me importó mucho pues pedí dos cervezas y entonces sí, todo recomenzó.
                Esto no se trata de vanidad, o tal vez. Yo prefiero pensar que es así como hubiera sucedido si no es que sucedió y, pensándolo bien, todo comenzó con una espeluznante coincidencia. Mientras bebía la segunda cerveza, recordé el momento preciso en que te ibas y sentí furia. Bueno, cierto grado de coraje que contrarresté con un pensamiento estúpido por anacrónico: engañarte, al fin. No puedo decir que era venganza, o tal vez, en todo caso por haberte ido, nada más. Fue entonces, justo cuando terminaba de pensarlo, que noté a dos hombres observándome mientras platicaban, uno de ellos con bastante decisión. Recordé cómo es el asunto, el juego de miradas y todo lo que viene después. Sonreí, la verdad, y hasta sentí un poco de valor. Las miradas fueron más certeras hasta que, con un movimiento de cabeza, señaló el baño de caballeros. Asentí débilmente pero con una franqueza que me sorprendió, luego me aburrí intensamente. Sabes que conozco el juego, lo he jugado infinidad de veces y desde varias posiciones y sin embargo, me levanté y me dirigí al sanitario, con un dolor o un vacío o una idea demasiado reconstruida y experimentada a lo largo de los años. No recuerdo si llevaba una sonrisa, de esas que son más reflejo del interior de lo que se pretende pero puedo decir que él sí tenía una cuando abrí la puerta y entré y el baño me pareció más pequeño de lo que es. Cerré y me quedé ahí, cargando ese letargo que me duraría mucho más y evitando la entrada de cualquiera. Él hacía como que orinaba pero apenas notó mi presencia se acercó. Era mucho mayor que yo, un poco calvo y delgado, guapo a su manera y todavía jovial. Con malicia en los ojos, eso sí. No obstante era pequeña comparada con la que a mí me había nacido hacía poco, y seguramente peor porque se le añadía lo que contengo yo. Muy listo, dijo mientras señalaba la puerta, o a mí. Luego me dejé besar. Y toquetear. Y aunque no lo parezca, suene a cinismo o consideres que lo pongo aquí por simple ironía, pensaba en ti. Pensaba en ti de mil maneras y en diferentes capas de pensamiento, si eso es posible; pensaba en ti mientras me besaban unos labios desconocidos, aunque húmedos. Pronto dejé de sentir, solo cavilaba y permanecía inmóvil. El hombre ondeado, como debe ser, me preguntó si estaba bien, que qué me gustaba. De todo, le respondí, todavía, pensándote. Volví al mutismo, me preguntó qué haría más tarde y me encogí de hombros. En su mirada ahora parecía resplandecer una pregunta: ¿qué onda con este güey? Recuperó confianza y me pidió el número de mi celular. Se lo dije en modo automático y entonces dijo que me marcaba mas tarde. Asentí y esperé para salir. De regreso a la mesa el par aquel no estaba ya en la barra y yo necesitaba urgentemente litros de alcohol. Pedí otras dos cervezas y el mesero me dijo que ya no podía, que cerraban en tres minutos. Lo miré con cara de ¿qué diablos dices? Los viernes cerramos a las doce, añadió. Bueno, una al menos, digo. ¿Sí te la terminas? Seguro.              
                En la calle otra vez no sabia qué hacer, a dónde ir. Me pregunté si tú andarías allá, donde se supone íbamos a ir y el vacío creció un poco más. Creí más que nunca en la necesidad alcohol, un poco de mariguana o cualquier clase de droga que me ayudara a, ya sabes, evadir la situación, superar la realidad. Lo pero era no recordar un lugar cercano donde guarecerme. Cualquier asidero. Nada. Excepto tú y tu huida. Todo era recuerdos, no, todo era un asombro estúpido provocado por lo que te habías atrevido a hacer. Me sentí por completo fuera de mi, poseído por un pensamiento paranoico muy intenso; era muy parecido a esos dos últimos delirios alcohólicos que no te platique pero que me han alejado del alcohol. Y ya ves. Casi me terminé un cigarro completo pensando, recordando y evitando llorar. Cuando entendí que no podía quedarme varado en ese lugar únicamente caminé en línea recta, fumando un cigarro tras otro. Maldiciendo el no estar inconsciente. Trataba de recordar un lugar al cual poder ir a beber hasta, no sé, recuperar el valor de volver a casa cuando una canción apareció en mi memoria y se dibujó en mis labios, sin sonido. Pretendí tararear is the middle of the night and I’m so gone and I’m thinking about how much I need you but you really want somebody else*  pero no pude. Luego me reí de mi mismo, incluso sentí pena por haberme hecho pendejo cuando, en realidad, todo había estado claro. Eso pensé entonces y la idea de un acostón con un desconocido apareció otra vez. Recordé la infinidad de veces que lo he hecho y adquirí el valor de algo que ya había experimentado, aunque al parecer no aprendido. Persisto en la idea de venganza si no hacia ti por haberte ido, sí hacia mí por haberte sido fiel como a nadie. Una clase de venganza, como decía, como suponía, como quería creer, como quieras ver. Predeciblemente llegué hasta a la Cuarta, y Aldama. Era una señal, porque ni siquiera me había fijado por dónde caminaba. Me detuve y saqué los cigarros, encendí uno y hasta puedo decir que adquirí una pose. No recordé al hombre de la cantina, pero estaba seguro de que esa noche algún individuo me levantaría y me iría con él. Volvería a prostituirme, no sé si a consecuencia de lo nuestro, de lo que soy o simplemente del entorno físico, emocional o del que prefieras. Igual y solamente como un pretexto que no me gasté en la infancia.
Sobre esa calle pasé tres alrededor de tres horas. Tratando de no pensar, de no reconocer el dolor y evitando el regreso a casa, donde una soledad inmensa estaría acumulada entre cuatro paredes. El desfile de coches era lento y deficiente, como has de saber. No dejaba ni de fumar ni de pensar, aunque intentara. De pronto un güey apareció en la esquina de enfrente, me indicó que me acercara y comenzamos a platicar. Yo le pedí mota, el dijo que no traía porque nomas consumía Cristal, que no le gustaban los batos hasta que conoció a su novio actual, quien lo mantiene; también que andaba bien jodido y necesitaba que lo llevaran a su casa porque vivía bien lejos. Un auto lo calló por un segundo, solo mientras llegaba hasta nosotros por completo y el sujeto se daba cuenta de que era uno de sus clientes. Este güey me va a llevar a casa, dijo antes de abrir la portezuela del coche y cuando lo hizo, la figura del hombre de la cantina apareció, como un acto insulso con un poquito de magia gay. Te la voy a meter otra vez, le decía ahora, mi colega.
Me sentí mejor pese a quedarme solo otra vez y tomé la decisión de subirme en el próximo auto que se detuviera. El que lo hizo se paró a la vuelta, un par de metros delante nada más. Era un tipo bastante feo, lo que me hizo recordar que prostituirse con guapos es difícil, al menos en esta parte de la ciudad porque los que vienen, se trenzan entre sí. Además yo ya no tengo los años que tenía hace precisamente eso, algunos años. Terminé platicándole de ti, sin subirme a su carro siquiera. Volví a la esquina para ver si tenía mejor suerte y cavilaba y fumaba como todo ese tiempo cuando una troca se detuvo y un hombre bastante bueno la conducía. De inmediato pensé que todo había valido madre porque había llegado el sujeto con el que pasaría lo que estaba buscando. Retraído pensaba en ello cuando escuche, al parecer un poco tarde, que lo dijo como ahora me gusta: ¿cuánto por el acostón? No estoy seguro de cuantos segundos pasaron entre que lo dijo y yo lo escuche, pero sí de que apenas iba a decir nada cuando él respondió preguntando: ¿qué, no?  y luego arrancó porque alguien tocaba su claxon y sin darme tiempo de hablar.
Tuve una crisis. La duda acerca de por qué, si pinches te amo, estaba haciendo eso casi me derribó. Tal vez para odiarme un poquito más, pensé. Porque, en realidad, nunca es suficiente y ahora, el no haber podido hacer que te quedaras… No para que me sacaras de esto que es inevitable, tampoco para que me salvaras de mi mismo, que soy más bien algo absurdo, sino para que simplemente estuvieras aquí. Se detuvo otro coche, medio cristal de la ventanilla bajó y sin entender lo que decía, únicamente el contexto, subí. Me arrepentí en casi en el acto, justo cuando me sentaba en los asientos de cuero y vi el rostro del hombre. ¿No basta decir que usaba peluquín? Bien, diré que lucía como esos enfermos sexuales que la verdad, todos rehúyen. El auto acababa de avanzar cuando me empezó a meter mano. Entonces le dije que estaba arrepentido y que me quería bajar. Insistió, detenía un poco la marcha y entonces usaba los diez dedos. Esta vez no hubo beso. Le repetí que prefería bajarme y lo entendió, aunque lento: no te gusté ¿verdad? Eso no lo detuvo porque con la mano libre seguía tocando, buscando, mientras me decía que era una lástima, que estaba muy guapo. La antipatía mataba el halago, seguramente porque todo eso ya lo había vivido y nunca lo quise para nosotros (sí, igual ni es necesario aclararlo). No me bajé asqueado, solo hecho trizas para mucho tiempo después. Pensando, eso sí, que no me iba a volver puto otra vez por ti, por esto. Si vuelvo, volveré porque yo quiero, dije en voz alta y muy, muy digna. Luego reí a carcajadas.
Tomé el primer taxi que pasó y yo pasé de un estado de ánimo a otro y luego a otro. Logré no conversar mucho con el chofer, recuerdo nada más que él se enamoró una sola vez. Me dio pereza pensar algo al respecto y preferí cerrar los ojos. Llegué a casa, al vacío y a la soledad; a tu fotografía en mi librero. No pude dormir más de dos horas, y a intervalos. Me terminé la cajetilla de cigarros con el amanecer y los infomerciales; preguntándome qué iba a pasar luego, qué iba a hacer en aquel ahora. ¿Qué había pasado esa noche? Muy temprano salí de casa pues no iba a soportar ahí mucho de ese tiempo que podría matarme. Anduve en las calles, constatando que existen refugios de diversos tipos y que ahora tendría que recurrir a ellos.
                Han pasado meses ya. Ahora lío un porro en la cama de mi dealer porque Cristal ya no hay. Hoy tampoco quiero despertar, hacer lo que se supone debo hacer. Si no eres el único, entonces ¿por qué estoy mamando tanto? Pienso, luego me recuerdo y río, más que nada por necesidad.


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