Hace poco leí una entrevista que le hicieron a Zygmunt Bauman, sociólogo,
filósofo y ensayista británico, en la cual habla sobre sus teorías respecto a
los tiempos actuales y su postura acerca de la vida líquida, el amor líquido y
otros aspectos que ahora son fugaces.
Una de las cosas que llamaron mi atención es que
en los tiempos que corren una carrera no te asegura nada y además, que en esta “modernidad
líquida todo es inestable: el trabajo, el amor, la política, la amistad; los
vínculos humanos provisionales, y el único largo plazo es uno mismo”. Sin embargo,
lo que de plano me golpeó en la cara (aunque tampoco es tan descabellado,
incluso es algo que ya se sabe) fue: “Tratamos al mundo como si fuera un
contenedor lleno de juguetes con los que jugar a voluntad. Cuando nos aburrimos
de ellos, los tiramos y sustituimos por algo nuevo, y así ocurre con los
juguetes inanimados y con los animados”. Y todavía añadió: “hoy una pareja dura
lo que dura la gratificación. Es lo mismo que cuando uno se compra un teléfono
móvil: no juras fidelidad a ese producto, si llega una versión mejor al
mercado, con más trastos, tiras lo viejo y te compras lo nuevo”.
Escribir sobre esto puede parecer un ejercicio
para aminorar o repeler cierto grado de ardidez. Espero que no sea así, porque
si bien es cierto que al momento de leer las cosas que dice el señor Bauman me sobresalté
un poco, pensándolo bien no todo tiene que ser de tal manera. Es cierto que los
tiempos actuales nos devoran y el consumismo no permite otra cosa que la competencia
y en cierto grado la deshumanización, pero también es cierto que las relaciones
humanas, y sobre todo las amorosas, son demasiado complicadas e intentar
descubrir por qué se terminan seria un trabajo demasiado difícil, si no es que
imposible debido a la variedad de circunstancias.
Decir que es porque uno de los implicados descubrió
a alguien mejor, más competente o mejor posicionado resulta incompleto. No digo
que no suceda pero hay otros aspectos a tomar en cuenta. Por ejemplo ¿qué hay
con que uno tome un camino distinto, una velocidad distinta o simplemente que
el amor, o eso que sentía, desaparezca? Obviamente, algo tuvo que ver el
otro pero a fin de cuentas ¿quién entiende bien esto del amor? Eso de
entenderlo resulta infantil porque nos enamoramos sin que alguien nos avise cómo
nos va a ir, además, existen personas de las cuales resulta, a fin de cuentas,
imposible no hacerlo, o hacerlo con medidas.
Dicho lo anterior, en cuanto al amor, me robo y
parafraseo un título de un libro de Ibargüengoitia: Sálvese quien quiera. Si quiere
apostarle, apuéstele, si quiere, resérvese. Porque hoy nuestra única certeza es
la incertidumbre, como dijo Bauman, y when love is gone, where does it go? And
where do we go?
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