sábado, 14 de diciembre de 2013

Sálvese quien quiera

Hace poco leí una entrevista que le hicieron a Zygmunt Bauman, sociólogo, filósofo y ensayista británico, en la cual habla sobre sus teorías respecto a los tiempos actuales y su postura acerca de la vida líquida, el amor líquido y otros aspectos que ahora son fugaces.
Una de las cosas que llamaron mi atención es que en los tiempos que corren una carrera no te asegura nada y además, que en esta “modernidad líquida todo es inestable: el trabajo, el amor, la política, la amistad; los vínculos humanos provisionales, y el único largo plazo es uno mismo”. Sin embargo, lo que de plano me golpeó en la cara (aunque tampoco es tan descabellado, incluso es algo que ya se sabe) fue: “Tratamos al mundo como si fuera un contenedor lleno de juguetes con los que jugar a voluntad. Cuando nos aburrimos de ellos, los tiramos y sustituimos por algo nuevo, y así ocurre con los juguetes inanimados y con los animados”. Y todavía añadió: “hoy una pareja dura lo que dura la gratificación. Es lo mismo que cuando uno se compra un teléfono móvil: no juras fidelidad a ese producto, si llega una versión mejor al mercado, con más trastos, tiras lo viejo y te compras lo nuevo”.
Escribir sobre esto puede parecer un ejercicio para aminorar o repeler cierto grado de ardidez. Espero que no sea así, porque si bien es cierto que al momento de leer las cosas que dice el señor Bauman me sobresalté un poco, pensándolo bien no todo tiene que ser de tal manera. Es cierto que los tiempos actuales nos devoran y el consumismo no permite otra cosa que la competencia y en cierto grado la deshumanización, pero también es cierto que las relaciones humanas, y sobre todo las amorosas, son demasiado complicadas e intentar descubrir por qué se terminan seria un trabajo demasiado difícil, si no es que imposible debido a la variedad de circunstancias.  
Decir que es porque uno de los implicados descubrió a alguien mejor, más competente o mejor posicionado resulta incompleto. No digo que no suceda pero hay otros aspectos a tomar en cuenta. Por ejemplo ¿qué hay con que uno tome un camino distinto, una velocidad distinta o simplemente que el amor, o eso que sentía, desaparezca? Obviamente, algo tuvo que ver el otro pero a fin de cuentas ¿quién entiende bien esto del amor? Eso de entenderlo resulta infantil porque nos enamoramos sin que alguien nos avise cómo nos va a ir, además, existen personas de las cuales resulta, a fin de cuentas, imposible no hacerlo, o hacerlo con medidas.
Dicho lo anterior, en cuanto al amor, me robo y parafraseo un título de un libro de  Ibargüengoitia: Sálvese quien quiera. Si quiere apostarle, apuéstele, si quiere, resérvese. Porque hoy nuestra única certeza es la incertidumbre, como dijo Bauman, y when love is gone, where does it go? And where do we go?              

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