martes, 18 de agosto de 2015

No te pregunto cómo pasa el tiempo


Tengo miedo que entre nosotros
haya pasado ya
demasiado tiempo. Todo,
por ejemplo,
el equivalente a seguro ya conocemos palabras que negaremos hasta morir.

O
de que mientras tanto
ese mismo morir cada noche tarde un poco más.

lunes, 10 de agosto de 2015

¿Y los días con sol?


Es este un camino largo que parece ir hacia la nada y yo una persona que maneja como alguien que no tiene alternativas; y por ello cree sentirse bien. El automóvil es de un rojo intenso y lo más probable es que sea robado. Supongo que visto desde el cielo parecería una gota de sangre que recorre una ruta; que aparece y fluye y luego su rastro desaparece sobre el asfalto como un dolor que cala demasiado sólo por un momento, pero ese momento, por segundos, simula una eternidad. Desde el autoestéreo se oye con debilidad Why does it always rain on me? Is it because I lied when I was seventeen?
El verde de aquí abajo contrasta con el gris de allá arriba y aunque la luz del día no es mucha se sabe que está ahí, detrás del aire que sólo a veces podemos tocar; detrás del espacio infinito que muere cuando movemos un poco la existencia hacia adelante Como ir de un día hasta el otro, o ir de Diciembre a Enero
Agosto, por otro lado, siempre me ha gustado más que Noviembre pero no más que Abril ni que Octubre, tal vez porque siento que en él habita cierto calor, cierto frescor y bastante humedad. Este Agosto me intriga porque no sé hacia dónde me lleva, solo reconozco en este preciso instante cómo con el rostro de la tarde llegan unas nubes arrogantes que traen de la mano amenazas de lluvia y provocan mi felicidad agazapada debajo del asiento, recreándose en el juego de mis pies con los pedales: el acelerador el embrague y luego el freno, después al revés y una vez má.


La carretera solitaria me seduce, me agrada porque casi puedo ver deambular mis pensamientos y poco a poco todo va quedando atrás literal y figurativamente. Creo recordar que alguien dijo que todo estaría bien, pero también sé que siempre tengo en la mente otras cosas, algo de lo que no estoy seguro si ya sucedió. Y sí, allá queda la ciudad, la fatiga, la preocupación pero no el olvido. Luego este extraño vacío me hace pensar en un cataclismo que se llevó entre su cauce a miles de habitantes igual que el aire y la velocidad hacen que diversos insectos sean embestidos y estampados en el parabrisas del coche y yo, una pequeña divinidad, los haga desaparecer presionando un botón. Los extinga con agua y los sacuda con esta maquinaria que otro pequeño Dios inventó. Tanta muerte sólo confirma el ocio y la existencia del hombre. Luego de limpiar mi visión delantera y observar una vez más el gris del cielo, un señalamiento me plantea la velocidad. Mis ojos brincan hacia la aguja del velocímetro para notar que la rapidez no es suficiente y de nuevo mi mente se convierte en un transmisor de divagaciones El pensamiento que retrotrae y hace creer que avanzamos siempre hacia adelante. Girar la cabeza solamente permite que la mirada pasee de las rayas discontinuas y blancas a la desfiguración que la celeridad provoca en la parte más cercana de la tierra; esa donde el asfalto de la carretera termina y empieza una naturaleza que muda. La visión entonces se hace borrosa, pero si levanto los ojos puedo ver cierta calma, cierta armonía en un mundo que gira y que se nos resiste. El verdor que parece perseguirme se ve reforzado por un ímpetu extraño, cuyo portento es alimentado por la existencia de una considerable cantidad de árboles de distintas figuras. Entonces un color que casi no pertenece a este mundo aparece y desconcentra mi realidad. La poca fijación que construyo en la continuidad del viaje y el aminoramiento de la velocidad, permiten que una furgoneta plateada me dé alcance y me rebase con facilidad y me parece que hasta burla. Sin embargo, no es eso lo que llama mi atención. Si acaso el color que en este momento pertenece más al aspecto del cielo se roba un poco de mi  curiosidad, lo que resalta ante mis ojos es la persona que conduce el vehículo y sobre todo,  las lágrimas que arrasan y arrastran su cara y parecen tener vida propia. O ser despedidas desde el fondo de ese cuerpo con una carga de ira espeluznante. Y si no fuera porque sabemos que es fácil llorar con coraje, con intensidad y con una mueca que transforma el rostro a la vez, diría que esa persona ríe a carcajadas. Estas lágrimas recorren las mejillas de la mujer, luego se le desprenden de la cara como acarreadas por una fuerza sobrenatural, como si fueran llevadas por la ráfaga de viento que genera la velocidad de la camioneta, la cual me adelanta, y en esos segundos la figura femenina se me presenta desfigurada casi como el pedazo de tierra pegado al asfalto. No es la risa ni el llanto lo que nos transfigura sino la carrera hacia la muerte. Esto resalta mi curiosidad. Inmediatamente acelero, le doy alcance, pero me quedo detrás pues la incertidumbre de ese pesar me intriga y apresuro el automóvil hasta quedar a unos metros de esa furgoneta. Considero necesario un acercamiento, pero al ser imposible me conformo con la vista que el retrovisor de aquella camioneta me brinda. Por aquel espejo alcanzo a observar (con un poco de imaginación) los ojos de los que brota una mezcla de lágrimas y rímel primero. Luego todo será más claro. Concentro la vista y logro encontrar el origen del llanto. Una gota que sale del ojo derecho de la mujer que ha de tener unos 27 años corre desatada por su mejilla, se le desprende del rostro y viaja a través del espacio de la furgoneta. Yo la veo flotar en el aire, sobre los asientos delanteros y luego los traseros, viajar en el espacio, dar vueltas sobre sí y traspasar el vidrio posterior de la camioneta para estamparse como los insectos que vuelan distraídos en el parabrisas del coche que ahora manejo con regocijo. Pero no, esa gota que se estrella en el parabrisas es una gota de la lluvia que se escapa de algún cielo y cae frente a mis ojos. Cuando levanto la vista me doy cuenta que un tramo bastante largo separa los coches y acelero de nuevo, hasta tener una mejor visión de lo que sucede en el interior de aquella furgoneta plateada. Aunque las cosas no cambian mucho puedo notar a través del retrovisor que el llanto ha cesado un poco, pero persiste cierta sensación que resulta difícil denominar ¿Ira, odio, angustia, dolor? ¿Qué veo en el rostro de esa desconocida que me resulta tan familiar y que la verdad no lo es tanto? No logro saberlo aunque lo deseo con ansia, muy parecido al momento exacto de querer alcanzar un enorme recuerdo que se resiste.   
De pronto alcanzo a distinguir un claro desasosiego y me desasosiego yo también pues no entiendo cómo es que logro ver hasta ese espejo el pasmo que brota, repentino, en los ojos de la mujer, como algo que viene de lejos, que la busca, que la encuentra y ella deseara con el alma que no. Su mano derecha llega hasta su oído y activa un resorte que permite a su boca abrirse y cerrarse, gemir, gritar, volver a llorar. Supongo que habla por su teléfono con alguien pero ignoro con quién y de qué. Callo y trato, estúpidamente, de escuchar. Se me ocurre suponer que la otra persona es:
a)      Su violador
b)      Un asesino cualquiera
c)      La culpa que nos persigue a todos en el peor de los momentos
d)     La amante de su esposo que ha descubierto el cuerpo recién cortado adentro del refrigerador
e)      Su cómplice en todo lo que no se ha dicho aquí
Y así podría seguir. Y vaya alguien a saber qué es lo que pasa pero lo que alcanzo a distinguir me permite encontrar furia y dolor que vuelan sobre el aire y se esfuman en el ambiente tan natural que nos rodea. De ser posible oír creo que esas palabras me aterrarían, así que opto por voltear un poco el rostro y evitar cierta mirada desde aquel espejo.
Una pendiente inicia y estúpidamente pienso que así puede ser la vida. Dejo esos pensamientos rosas y regreso los ojos hasta el coche de enfrente. La mujer vuelve a llorar de manera inconsolable y su automóvil parece dudar, temer; parece desear salir del camino de una vez. El viraje dura sólo un momento y rápidamente vuelve al carril. La fortuna entonces parece danzarnos descarada pero disfrazada en gotas audibles, diáfanas y pueriles. 
Ha empezado a llover en serio y en mis ojos se reflejan ahora miles de sueños que pronto se estrellarán en el suelo mientras la pendiente crece y yo disminuyo un poco solo un poco la velocidad porque un señalamiento ha mostrado que esta cuesta termina en curva y a pesar de ello la furgoneta no desacelera parece ser al contrario pues la velocidad aumenta es en este momento en que miro hasta el retrovisor aquel y alcanzo a distinguir unos ojos con anómala mirada algo más bien diferente pues gracias a un destello veo una certeza tan grande que me turba casi al grado de sentir culpa intento decir no pero solamente logro abrir un poco la boca entonces la mujer hace brillar sus ojos como un par de gotas de lluvia a punto de estrellarse contra el suelo el acelerador de su camioneta es prensado con coraje y toma velocidad hasta el fin de la pendiente rompe el pequeño muro de contención y yo no puedo más que acudir al freno poco a poco acercarme hasta el despeñadero y ver cómo una furgoneta plateada se integra a un cielo igual de plateado cómo vuela y se confunde en las alturas con las nubes que parecen entenderlo todo cuando llego hasta el borde del abismo y presuroso bajo del coche alcanzo a ver a muchos kilómetros de distancia un automóvil arder y dejar de rodar también dejo de escuchar un largo llanto para convertirse en una risa trémula y entonces solo entonces el sol se asoma un poco un poquito nada más…