viernes, 28 de agosto de 2015
martes, 18 de agosto de 2015
No te pregunto cómo pasa el tiempo
Tengo miedo que entre nosotros
haya pasado ya
demasiado tiempo. Todo,
por ejemplo,
el equivalente a seguro ya conocemos palabras que negaremos
hasta morir.
O
de que mientras tanto
ese mismo morir cada noche tarde un poco más.
lunes, 10 de agosto de 2015
¿Y los días con sol?
Es este un camino largo que parece ir
hacia la nada y yo una persona que maneja como alguien que no tiene
alternativas; y por ello cree sentirse bien. El automóvil es de un rojo intenso
y lo más probable es que sea robado. Supongo que visto desde el cielo parecería
una gota de sangre que recorre una ruta; que aparece y fluye y luego su rastro
desaparece sobre el asfalto como un dolor que cala demasiado sólo por un
momento, pero ese momento, por segundos, simula una eternidad. Desde el autoestéreo se oye con debilidad Why does it always rain on me? Is it because
I lied when I was seventeen?
El verde de aquí abajo contrasta con el
gris de allá arriba y aunque la luz del día no es mucha se sabe que está ahí,
detrás del aire que sólo a veces podemos tocar; detrás del espacio infinito que
muere cuando movemos un poco la existencia hacia adelante Como ir de un día
hasta el otro, o ir de Diciembre a Enero
Agosto, por otro lado,
siempre me ha gustado más que Noviembre pero no más que Abril ni que Octubre,
tal vez porque siento que en él habita cierto calor, cierto frescor y bastante
humedad. Este Agosto me intriga porque no sé hacia dónde me lleva, solo reconozco
en este preciso instante cómo con el rostro de la tarde llegan unas nubes
arrogantes que traen de la mano amenazas de lluvia y provocan mi felicidad
agazapada debajo del asiento, recreándose en el juego de mis pies con los
pedales: el acelerador el embrague y luego el freno, después al revés y una vez
má.
La carretera solitaria
me seduce, me agrada porque casi puedo ver deambular mis pensamientos y poco a
poco todo va quedando atrás literal y figurativamente. Creo recordar que
alguien dijo que todo estaría bien, pero también sé que siempre tengo en la
mente otras cosas, algo de lo que no estoy seguro si ya sucedió. Y sí, allá
queda la ciudad, la fatiga, la preocupación pero no el olvido. Luego este
extraño vacío me hace pensar en un cataclismo que se llevó entre su cauce a
miles de habitantes igual que el aire y la velocidad hacen que diversos
insectos sean embestidos y estampados en el parabrisas del coche y yo, una
pequeña divinidad, los haga desaparecer presionando un botón. Los extinga con
agua y los sacuda con esta maquinaria que otro pequeño Dios inventó. Tanta muerte sólo confirma el ocio y la
existencia del hombre. Luego de limpiar mi visión delantera y observar una
vez más el gris del cielo, un señalamiento me plantea la velocidad. Mis ojos
brincan hacia la aguja del velocímetro para notar que la rapidez no es
suficiente y de nuevo mi mente se convierte en un transmisor de divagaciones El pensamiento que retrotrae y hace creer
que avanzamos siempre hacia adelante. Girar la cabeza solamente permite que
la mirada pasee de las rayas discontinuas y blancas a la desfiguración que la
celeridad provoca en la parte más cercana de la tierra; esa donde el asfalto de
la carretera termina y empieza una naturaleza que muda. La visión entonces se
hace borrosa, pero si levanto los ojos puedo ver cierta calma, cierta armonía
en un mundo que gira y que se nos resiste. El verdor que parece perseguirme se
ve reforzado por un ímpetu extraño, cuyo portento es alimentado por la existencia
de una considerable cantidad de árboles de distintas figuras. Entonces un color
que casi no pertenece a este mundo aparece y desconcentra mi realidad. La poca
fijación que construyo en la continuidad del viaje y el aminoramiento de la
velocidad, permiten que una furgoneta plateada me dé alcance y me rebase con
facilidad y me parece que hasta burla. Sin embargo, no es eso lo que llama mi
atención. Si acaso el color que en este momento pertenece más al aspecto del
cielo se roba un poco de mi curiosidad,
lo que resalta ante mis ojos es la persona que conduce el vehículo y sobre
todo, las lágrimas que arrasan y
arrastran su cara y parecen tener vida propia. O ser despedidas desde el fondo
de ese cuerpo con una carga de ira espeluznante. Y si no fuera porque sabemos
que es fácil llorar con coraje, con intensidad y con una mueca que transforma
el rostro a la vez, diría que esa persona ríe a carcajadas. Estas lágrimas
recorren las mejillas de la mujer, luego se le desprenden de la cara como
acarreadas por una fuerza sobrenatural, como si fueran llevadas por la ráfaga
de viento que genera la velocidad de la camioneta, la cual me adelanta, y en
esos segundos la figura femenina se me presenta desfigurada casi como el pedazo
de tierra pegado al asfalto. No es la
risa ni el llanto lo que nos transfigura sino la carrera hacia la muerte. Esto
resalta mi curiosidad. Inmediatamente acelero, le doy alcance, pero me quedo
detrás pues la incertidumbre de ese pesar me intriga y apresuro el automóvil
hasta quedar a unos metros de esa furgoneta. Considero necesario un
acercamiento, pero al ser imposible me conformo con la vista que el retrovisor
de aquella camioneta me brinda. Por aquel espejo alcanzo a observar (con un
poco de imaginación) los ojos de los que brota una mezcla de lágrimas y rímel
primero. Luego todo será más claro.
Concentro la vista y logro encontrar el origen del llanto. Una gota que sale
del ojo derecho de la mujer que ha de tener unos 27 años corre desatada por su
mejilla, se le desprende del rostro y viaja a través del espacio de la
furgoneta. Yo la veo flotar en el aire, sobre los asientos delanteros y luego
los traseros, viajar en el espacio, dar vueltas sobre sí y traspasar el vidrio
posterior de la camioneta para estamparse como los insectos que vuelan distraídos
en el parabrisas del coche que ahora manejo con regocijo. Pero no, esa gota que
se estrella en el parabrisas es una gota de la lluvia que se escapa de algún
cielo y cae frente a mis ojos. Cuando levanto la vista me doy cuenta que un
tramo bastante largo separa los coches y acelero de nuevo, hasta tener una
mejor visión de lo que sucede en el interior de aquella furgoneta plateada.
Aunque las cosas no cambian mucho puedo notar a través del retrovisor que el
llanto ha cesado un poco, pero persiste cierta sensación que resulta difícil
denominar ¿Ira, odio, angustia, dolor? ¿Qué veo en el rostro de esa desconocida
que me resulta tan familiar y que la verdad no lo es tanto? No logro saberlo
aunque lo deseo con ansia, muy parecido al momento exacto de querer alcanzar un
enorme recuerdo que se resiste.
De
pronto alcanzo a distinguir un claro desasosiego y me desasosiego yo también
pues no entiendo cómo es que logro ver hasta ese espejo el pasmo que brota,
repentino, en los ojos de la mujer, como algo que viene de lejos, que la busca,
que la encuentra y ella deseara con el alma que no. Su mano derecha llega hasta
su oído y activa un resorte que permite a su boca abrirse y cerrarse, gemir,
gritar, volver a llorar. Supongo que habla por su teléfono con alguien pero
ignoro con quién y de qué. Callo y trato, estúpidamente, de escuchar. Se me
ocurre suponer que la otra persona es:
a) Su
violador
b) Un
asesino cualquiera
c) La
culpa que nos persigue a todos en el peor de los momentos
d) La
amante de su esposo que ha descubierto el cuerpo recién cortado adentro del
refrigerador
e) Su
cómplice en todo lo que no se ha dicho aquí
Y
así podría seguir. Y vaya alguien a saber qué es lo que pasa pero lo que
alcanzo a distinguir me permite encontrar furia y dolor que vuelan sobre el aire
y se esfuman en el ambiente tan natural que nos rodea. De ser posible oír creo
que esas palabras me aterrarían, así que opto por voltear un poco el rostro y
evitar cierta mirada desde aquel espejo.
Una
pendiente inicia y estúpidamente pienso que así puede ser la vida. Dejo esos
pensamientos rosas y regreso los ojos hasta el coche de enfrente. La mujer
vuelve a llorar de manera inconsolable y su automóvil parece dudar, temer;
parece desear salir del camino de una vez. El viraje dura sólo un momento y
rápidamente vuelve al carril. La fortuna entonces parece danzarnos descarada
pero disfrazada en gotas audibles, diáfanas y pueriles.
Ha empezado a llover en
serio y en mis ojos se reflejan ahora miles de sueños que pronto se estrellarán
en el suelo mientras la pendiente crece y yo disminuyo un poco solo un poco la
velocidad porque un señalamiento ha mostrado que esta cuesta termina en curva y
a pesar de ello la furgoneta no desacelera parece ser al contrario pues la
velocidad aumenta es en este momento en que miro hasta el retrovisor aquel y
alcanzo a distinguir unos ojos con anómala mirada algo más bien diferente pues
gracias a un destello veo una certeza tan grande que me turba casi al grado de
sentir culpa intento decir no pero solamente logro abrir un poco la boca entonces
la mujer hace brillar sus ojos como un par de gotas de lluvia a punto de
estrellarse contra el suelo el acelerador de su camioneta es prensado con
coraje y toma velocidad hasta el fin de la pendiente rompe el pequeño muro de
contención y yo no puedo más que acudir al freno poco a poco acercarme hasta el
despeñadero y ver cómo una furgoneta plateada se integra a un cielo igual de
plateado cómo vuela y se confunde en las alturas con las nubes que parecen
entenderlo todo cuando llego hasta el borde del abismo y presuroso bajo del
coche alcanzo a ver a muchos kilómetros de distancia un automóvil arder y dejar
de rodar también dejo de escuchar un largo llanto para convertirse en una risa
trémula y entonces solo entonces el sol se asoma un poco un poquito nada más…
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