lunes, 22 de septiembre de 2014

Una sutil ironía

Jorge siempre caminó mirando para abajo, como hablando con el piso. De hecho, murió dejándose ir hacia un despeñadero, cuando no alcanzó a ver a tiempo lo que se le venía encima.  

Perseguir hasta el final

Álvaro persiguió pájaros desde su nacimiento hasta la primera vez que eyaculó. Aunque luego lo retomó. Primero con los ojos y luego ya, con sus piernas largas después. Al final con las rodillas a punto de romperse. Aquella última vez se encontró, de nuevo, en las afueras del pueblo, con una mancha en los pantalones y sintiéndose más exhausto que de costumbre. Entonces pensó en conseguirse una novia, le contó a mi papá alguna vez. Luego se casó y tuvo una larga vida, continuó mi padre. Pero en la mañana de un día claro, mientras platicábamos y cuando él era ya viudo y conocido de la muerte, dijo que veía en el cielo un pajarito muy chiquito. Mi padre alzó la mirada y alcanzó a ver una mancha en el cielo. Entonces Álvaro retomo su idea y se fue del pueblo, persiguiendo un pájaro tan pequeño que al parecer solo él alcanzaba a distinguir. Mi papá dijo que se había acordado de él cuando Vladimir le prestó un libro de aviación y vio un aeroplano, visto desde acá abajo, y a una altura muy muy grande.

Quién sabe si lo habrá alcanzado, yo creo que no, dice que se acordó oyéndose decir. 

domingo, 7 de septiembre de 2014

You’re not the one*




Te vi desaparecer ya en la calle, a un costado de tu cantina favorita. Ahí me dijiste que te ibas y desde las primeras letras supe que esta vez para siempre. Las razones ya no importan, ni las que dijiste entonces, las que supuse después ni las que aún me crecen con los días. No así ese último beso, sobre la banqueta y después de advertirte siempre usar condón; antes de sentir muchas ganas de soltarme a llorar. Luego de verte partir me sentí peor que extraviado, detuve las lágrimas y necesité de algunos minutos para reconocer lo que sucedía, advertir que la realidad estaba sucediendo y me acababas de dejar, algo que irónicamente había dejado de imaginar. Comencé a moverme por inercia, primero una pierna y luego la otra sin dejar de pensar en toda la soledad que se me venía encima. La noche era increíble de mala y ese vacío, cabrón, ese vacío, renació. 
                Decidí comprar cigarros, primera aparición de esa conducta autodestructiva de la que me hablaste casi siempre, incluso algunos minutos antes y no supe nunca si la detestabas o fue lo que te atrajo de mí. Mientras encendía el primero, temblando, necesité hablar con alguien. Me detuve en una esquina para buscar en la lista de contactos pero nadie me parecía disponible, adecuado. Supongo, tú sabes, debido a que siento que no tengo derecho a molestar a mis amigos cuando he permanecido tanto tiempo escondido. Recordé la cantina, el ambiente y sobre todo el alcohol; uno de los eternos paliativos ante la vida, lo queramos o no. Regresé y me senté en un mesa cercana a la que había participado en nuestra charla de rompimiento (tuyo, por si no ha quedado claro) hacía unos minutos nada más porque era la única disponible. No me importó mucho pues pedí dos cervezas y entonces sí, todo recomenzó.
                Esto no se trata de vanidad, o tal vez. Yo prefiero pensar que es así como hubiera sucedido si no es que sucedió y, pensándolo bien, todo comenzó con una espeluznante coincidencia. Mientras bebía la segunda cerveza, recordé el momento preciso en que te ibas y sentí furia. Bueno, cierto grado de coraje que contrarresté con un pensamiento estúpido por anacrónico: engañarte, al fin. No puedo decir que era venganza, o tal vez, en todo caso por haberte ido, nada más. Fue entonces, justo cuando terminaba de pensarlo, que noté a dos hombres observándome mientras platicaban, uno de ellos con bastante decisión. Recordé cómo es el asunto, el juego de miradas y todo lo que viene después. Sonreí, la verdad, y hasta sentí un poco de valor. Las miradas fueron más certeras hasta que, con un movimiento de cabeza, señaló el baño de caballeros. Asentí débilmente pero con una franqueza que me sorprendió, luego me aburrí intensamente. Sabes que conozco el juego, lo he jugado infinidad de veces y desde varias posiciones y sin embargo, me levanté y me dirigí al sanitario, con un dolor o un vacío o una idea demasiado reconstruida y experimentada a lo largo de los años. No recuerdo si llevaba una sonrisa, de esas que son más reflejo del interior de lo que se pretende pero puedo decir que él sí tenía una cuando abrí la puerta y entré y el baño me pareció más pequeño de lo que es. Cerré y me quedé ahí, cargando ese letargo que me duraría mucho más y evitando la entrada de cualquiera. Él hacía como que orinaba pero apenas notó mi presencia se acercó. Era mucho mayor que yo, un poco calvo y delgado, guapo a su manera y todavía jovial. Con malicia en los ojos, eso sí. No obstante era pequeña comparada con la que a mí me había nacido hacía poco, y seguramente peor porque se le añadía lo que contengo yo. Muy listo, dijo mientras señalaba la puerta, o a mí. Luego me dejé besar. Y toquetear. Y aunque no lo parezca, suene a cinismo o consideres que lo pongo aquí por simple ironía, pensaba en ti. Pensaba en ti de mil maneras y en diferentes capas de pensamiento, si eso es posible; pensaba en ti mientras me besaban unos labios desconocidos, aunque húmedos. Pronto dejé de sentir, solo cavilaba y permanecía inmóvil. El hombre ondeado, como debe ser, me preguntó si estaba bien, que qué me gustaba. De todo, le respondí, todavía, pensándote. Volví al mutismo, me preguntó qué haría más tarde y me encogí de hombros. En su mirada ahora parecía resplandecer una pregunta: ¿qué onda con este güey? Recuperó confianza y me pidió el número de mi celular. Se lo dije en modo automático y entonces dijo que me marcaba mas tarde. Asentí y esperé para salir. De regreso a la mesa el par aquel no estaba ya en la barra y yo necesitaba urgentemente litros de alcohol. Pedí otras dos cervezas y el mesero me dijo que ya no podía, que cerraban en tres minutos. Lo miré con cara de ¿qué diablos dices? Los viernes cerramos a las doce, añadió. Bueno, una al menos, digo. ¿Sí te la terminas? Seguro.              
                En la calle otra vez no sabia qué hacer, a dónde ir. Me pregunté si tú andarías allá, donde se supone íbamos a ir y el vacío creció un poco más. Creí más que nunca en la necesidad alcohol, un poco de mariguana o cualquier clase de droga que me ayudara a, ya sabes, evadir la situación, superar la realidad. Lo pero era no recordar un lugar cercano donde guarecerme. Cualquier asidero. Nada. Excepto tú y tu huida. Todo era recuerdos, no, todo era un asombro estúpido provocado por lo que te habías atrevido a hacer. Me sentí por completo fuera de mi, poseído por un pensamiento paranoico muy intenso; era muy parecido a esos dos últimos delirios alcohólicos que no te platique pero que me han alejado del alcohol. Y ya ves. Casi me terminé un cigarro completo pensando, recordando y evitando llorar. Cuando entendí que no podía quedarme varado en ese lugar únicamente caminé en línea recta, fumando un cigarro tras otro. Maldiciendo el no estar inconsciente. Trataba de recordar un lugar al cual poder ir a beber hasta, no sé, recuperar el valor de volver a casa cuando una canción apareció en mi memoria y se dibujó en mis labios, sin sonido. Pretendí tararear is the middle of the night and I’m so gone and I’m thinking about how much I need you but you really want somebody else*  pero no pude. Luego me reí de mi mismo, incluso sentí pena por haberme hecho pendejo cuando, en realidad, todo había estado claro. Eso pensé entonces y la idea de un acostón con un desconocido apareció otra vez. Recordé la infinidad de veces que lo he hecho y adquirí el valor de algo que ya había experimentado, aunque al parecer no aprendido. Persisto en la idea de venganza si no hacia ti por haberte ido, sí hacia mí por haberte sido fiel como a nadie. Una clase de venganza, como decía, como suponía, como quería creer, como quieras ver. Predeciblemente llegué hasta a la Cuarta, y Aldama. Era una señal, porque ni siquiera me había fijado por dónde caminaba. Me detuve y saqué los cigarros, encendí uno y hasta puedo decir que adquirí una pose. No recordé al hombre de la cantina, pero estaba seguro de que esa noche algún individuo me levantaría y me iría con él. Volvería a prostituirme, no sé si a consecuencia de lo nuestro, de lo que soy o simplemente del entorno físico, emocional o del que prefieras. Igual y solamente como un pretexto que no me gasté en la infancia.
Sobre esa calle pasé tres alrededor de tres horas. Tratando de no pensar, de no reconocer el dolor y evitando el regreso a casa, donde una soledad inmensa estaría acumulada entre cuatro paredes. El desfile de coches era lento y deficiente, como has de saber. No dejaba ni de fumar ni de pensar, aunque intentara. De pronto un güey apareció en la esquina de enfrente, me indicó que me acercara y comenzamos a platicar. Yo le pedí mota, el dijo que no traía porque nomas consumía Cristal, que no le gustaban los batos hasta que conoció a su novio actual, quien lo mantiene; también que andaba bien jodido y necesitaba que lo llevaran a su casa porque vivía bien lejos. Un auto lo calló por un segundo, solo mientras llegaba hasta nosotros por completo y el sujeto se daba cuenta de que era uno de sus clientes. Este güey me va a llevar a casa, dijo antes de abrir la portezuela del coche y cuando lo hizo, la figura del hombre de la cantina apareció, como un acto insulso con un poquito de magia gay. Te la voy a meter otra vez, le decía ahora, mi colega.
Me sentí mejor pese a quedarme solo otra vez y tomé la decisión de subirme en el próximo auto que se detuviera. El que lo hizo se paró a la vuelta, un par de metros delante nada más. Era un tipo bastante feo, lo que me hizo recordar que prostituirse con guapos es difícil, al menos en esta parte de la ciudad porque los que vienen, se trenzan entre sí. Además yo ya no tengo los años que tenía hace precisamente eso, algunos años. Terminé platicándole de ti, sin subirme a su carro siquiera. Volví a la esquina para ver si tenía mejor suerte y cavilaba y fumaba como todo ese tiempo cuando una troca se detuvo y un hombre bastante bueno la conducía. De inmediato pensé que todo había valido madre porque había llegado el sujeto con el que pasaría lo que estaba buscando. Retraído pensaba en ello cuando escuche, al parecer un poco tarde, que lo dijo como ahora me gusta: ¿cuánto por el acostón? No estoy seguro de cuantos segundos pasaron entre que lo dijo y yo lo escuche, pero sí de que apenas iba a decir nada cuando él respondió preguntando: ¿qué, no?  y luego arrancó porque alguien tocaba su claxon y sin darme tiempo de hablar.
Tuve una crisis. La duda acerca de por qué, si pinches te amo, estaba haciendo eso casi me derribó. Tal vez para odiarme un poquito más, pensé. Porque, en realidad, nunca es suficiente y ahora, el no haber podido hacer que te quedaras… No para que me sacaras de esto que es inevitable, tampoco para que me salvaras de mi mismo, que soy más bien algo absurdo, sino para que simplemente estuvieras aquí. Se detuvo otro coche, medio cristal de la ventanilla bajó y sin entender lo que decía, únicamente el contexto, subí. Me arrepentí en casi en el acto, justo cuando me sentaba en los asientos de cuero y vi el rostro del hombre. ¿No basta decir que usaba peluquín? Bien, diré que lucía como esos enfermos sexuales que la verdad, todos rehúyen. El auto acababa de avanzar cuando me empezó a meter mano. Entonces le dije que estaba arrepentido y que me quería bajar. Insistió, detenía un poco la marcha y entonces usaba los diez dedos. Esta vez no hubo beso. Le repetí que prefería bajarme y lo entendió, aunque lento: no te gusté ¿verdad? Eso no lo detuvo porque con la mano libre seguía tocando, buscando, mientras me decía que era una lástima, que estaba muy guapo. La antipatía mataba el halago, seguramente porque todo eso ya lo había vivido y nunca lo quise para nosotros (sí, igual ni es necesario aclararlo). No me bajé asqueado, solo hecho trizas para mucho tiempo después. Pensando, eso sí, que no me iba a volver puto otra vez por ti, por esto. Si vuelvo, volveré porque yo quiero, dije en voz alta y muy, muy digna. Luego reí a carcajadas.
Tomé el primer taxi que pasó y yo pasé de un estado de ánimo a otro y luego a otro. Logré no conversar mucho con el chofer, recuerdo nada más que él se enamoró una sola vez. Me dio pereza pensar algo al respecto y preferí cerrar los ojos. Llegué a casa, al vacío y a la soledad; a tu fotografía en mi librero. No pude dormir más de dos horas, y a intervalos. Me terminé la cajetilla de cigarros con el amanecer y los infomerciales; preguntándome qué iba a pasar luego, qué iba a hacer en aquel ahora. ¿Qué había pasado esa noche? Muy temprano salí de casa pues no iba a soportar ahí mucho de ese tiempo que podría matarme. Anduve en las calles, constatando que existen refugios de diversos tipos y que ahora tendría que recurrir a ellos.
                Han pasado meses ya. Ahora lío un porro en la cama de mi dealer porque Cristal ya no hay. Hoy tampoco quiero despertar, hacer lo que se supone debo hacer. Si no eres el único, entonces ¿por qué estoy mamando tanto? Pienso, luego me recuerdo y río, más que nada por necesidad.


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