Recuerdo que
de niño me gustaba salir a contemplar la luna. Si por mi hubiera sido, habría
pasado las noches en vela mirando hacia el cielo, aunque hubiera nubes, porque
en el fondo sabía, que en el fondo del cielo mismo, estaba ella. No sé explicar
porqué, solamente así era.
Mi madre tenía que ir por mi hasta muy entrada la noche, cuando ya era
hora de dormir y llevarme casi arrastrando al interior de la casa. Todavía ahí
me pasaba un rato en la ventana, hasta que me tumbaba el sueño o de plano mi
padre amenazaba con pegarme si no hacía caso. Esa obsesión terminó el día que
mi madre me dijo que la luna era un satélite natural, que hacia crecer el mar y
convertir hombres en mitad hombre y mitad animal. No le creí pero luego oí
decir a papá: la luna no es un cuadro. Y entonces pensé, tal vez
equivocadamente, que si no era un cuadro, no podía ser una mentira.
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