miércoles, 24 de octubre de 2012

Crisis


“Estoy olvidando mi nombre”, dijo apesadumbrado cuando escuchó la puerta abrirse y de inmediato cerrarse. Luego creyó recibir un abrazo, acaso más como noble advertencia por si un día no lograba recordarlo que como piadosa señal de aliento. 
Se había acostumbrado a la penumbra y al silencio pero no a la soledad. También se había hecho experto en hacer preguntas aunque en ocasiones nadie le respondiera.
—¿Cuánto tiempo ha pasado ya?
—Vas para un año.
—Eso es mucho tiempo ¿no crees?
—Puede ser.
—¿Y hay novedades?
—Nop.
—...Francisco.
—¿Qué?
—Nada, solo quería decir tu nombre de verdad y no como te dicen todos.
—¿Pos que tiene de malo que me digan Pancho?
—Que se oye mal, se oye grotesco.
—Mmm
—Ven, me gustaría que me quitaras esto de la cara, me gustaría ver cómo eres. Ya te dije que podemos  pasarla bien mientras termina esto ¿no? —dijo a media voz, casi en un susurro.
—Ya vas a empezar con tus joterías —le contestó, irritado, el secuestrador. 

martes, 2 de octubre de 2012

La providencial bala perdida


A Dominga no le gustaban los domingos. Desde que enviudó, cinco años ya, aprendió a odiarlos y a vivir con su soledad, el desasosiego y la caridad ajena. El pueblo la creía loca pero ella solo quería de eso que llamaban amor pues su matrimonio había sido nada más un negocio familiar que, a fin de cuentas, no prosperó para nadie en particular. Por eso, sin falta, cada día siete de la semana hacía el amor con lo que fuera. Tuvo amoríos con frutas y verduras, escobas, plantas e infinidad de enseres mayores y menores hasta el domingo pasado que encontró la vieja escopeta de su difunto marido y un orgasmo final con la bala que le entró por la vagina.     

lunes, 1 de octubre de 2012

Malas noticias del pasado


—…Descolgarlos ya no servirá de nada, antes pendían de los árboles y ahora de los puentes pero en ambos casos, las lenguas son las que pasan frío.
—Me asusta la filantropía, por eso tengo sexo, solo sexo. Puro y duro, como dijo mi profesor.
—Yo creo que por ahí te acercas a ella, así ayudas al hombre.
—Pero yo quiero destrozarlos, o destrozarte en este caso. Luego sentirme mejor cada vez que te vas y yo me vengo.
—Te diría que qué descarada, pero creo que por eso me gustas. Además de que sabes escuchar…
—Mira, por ejemplo a ese de chaleco café que están entrevistando, yo le quitaría el dolor que aparenta le rebosa por las mangas pero al presidente sí no le ayudo a olvidar su alcoholismo, que le haga como pueda.
—Me gusta tu generosidad, sobre todo la que escondes entre las piernas.
—Ahí es donde radican los secretos. Y hay quienes los ven y quienes no.
— ¿Entonces crees que yo lo hago?   
—Yo más bien creo que debes buscar en otro lado, te voy a presentar a mi amigo Reynaldo, es un cubano muy agradable…