“Estoy olvidando mi nombre”, dijo apesadumbrado cuando
escuchó la puerta abrirse y de inmediato cerrarse. Luego creyó recibir un
abrazo, acaso más como noble advertencia por si un día no lograba recordarlo
que como piadosa señal de aliento.
Se había acostumbrado a la penumbra y al
silencio pero no a la soledad. También se había hecho experto en hacer preguntas
aunque en ocasiones nadie le respondiera.
—¿Cuánto
tiempo ha pasado ya?
—Vas para un
año.
—Eso es
mucho tiempo ¿no crees?
—Puede ser.
—¿Y hay
novedades?
—Nop.
—...Francisco.
—¿Qué?
—Nada,
solo quería decir tu nombre de verdad y no como te dicen todos.
—¿Pos que
tiene de malo que me digan Pancho?
—Que se
oye mal, se oye grotesco.
—Mmm
—Ven, me
gustaría que me quitaras esto de la cara, me gustaría ver cómo eres. Ya te dije que podemos pasarla bien mientras termina esto ¿no? —dijo a media voz, casi en un
susurro.
—Ya vas a
empezar con tus joterías —le contestó, irritado, el secuestrador.