martes, 31 de mayo de 2011

¿El arte imita la existencia o al revés?



Murió a los 94 y yo apenas iba en la mitad de su vida. Había leído La casa del miedo y memorias de Abajo, también El séptimo caballo y otros cuentos. Sin embargo tengo una rara concepción de las cosas desde que escuché su nombre. Elena Poniatowska me acercó a su vida pero más que nada, la lectura de Leonora me hace preguntar ¿qué nos hace el tiempo, a nosotros los mortales? ¿Qué nos hace la vida? Como dijo ella por esas páginas que me cuesta trabajo no concebir como realidad: las cosas sólo nos suceden y entonces me deslumbra que existan personas que crecen  de manera descomunal a pesar del encogimiento de su cuerpo. Su infancia, su juventud, su vida con Max e incluso su vejez me intrigaron demasiado (desdeño un poquito a  la vejez, no a los ancianos), sin embargo, creo que su descenso y regreso de la locura es el imán que me ampara junto a Foucault. Algo más está claro, nadie nos enseña a morir y la satisfacción es la salvación.
Leonora retoma la unión de los “inquietos” como un grupo en el que resaltan las afinidades. Los surrealistas me recordaron, distancias guardadas, a la generación beat. No obstante aquellos se manejaban en otras dimensiones, otras esferas donde el dinero cobra mucha importancia y donde se reafirma la idea de que el arte no es para cualquier hijo de vecino (Tryno Maldonado dixit).  Y más allá de Max Ernst, Bretón o Duchamp me quedo con Leonora (aunque cobijada por el apoyo de su madre) por infinitas razones que no pondré aquí para no aburrir. Ah, también con Remedios Varo (entre otras cosas, por su extraordinario nombre).
En cuanto a la señora Pniatowska debo decir que no la he leído, pero con Leonora tiene un acierto, a pesar de que la novela parezca una serie de hechos recogidos aquí y allá (lo que tiene su merito, nadie lo niega).
Si ahora que conoció su muerte galopa sobre el viento y se alimenta de rizosdemiralda seguro es por la alquimia. El sentimentalismo me quiere ganar pero yo más bien quiero pintar (aunque no sé), leer o escribir.  


lunes, 30 de mayo de 2011

Perecedero

El juego mental que ya no divierte
convierte el mañana en pasado,
cuando soñé afilar las garras de la furia
y me crecieron rencores inacabados por el olvido.

Ahora deconstruyo el presente
mientras creo conservar en algún lado,
envasada al vacío,
junto aquel pentagrama,
una esperanza vigilada por mil ojos que la sobrevuelan
desde el perímetro de un foco que,
desdeñoso, irradia una luz amarillo
macilento.

Lo lento era el tiempo
y podíamos intuir,
pero las adivinanzas
se rebelaron y nos huyeron;
engañados y con las orbitas desmedidas
ya no es posible preguntar para qué,
ya no es aliciente
si de repente encontramos mil años detrás inconformes
malgastados y desteñidos
entre imágenes borrosas
y bochornos estridentes de vergüenza
y arrepentimiento.

viernes, 27 de mayo de 2011

Dos mil estigmas.

El cordero marcha ilusionado,
imaginando una bendición tan falaz
como tus ojos sin tiempo;
igual que yo cuando confío
en tu aliento iluminado
y me arrastro hacia el mutismo del ayer,
cuando no saciamos el fervor
y la fe se perdió entre los escombros,
en las tristezas de la lluvia imaginada.

La culpa de esconder la noche
aflora en el instinto y
al derretirme sobre el lecho del misterio.

¿Ahora quién lanzará la primera estrella
si no has defendido tus pecados
con el salvajismo necesario de tus dientes
y con la irracionalidad del corazón
me niegas el descaro primitivo
de tu sexo inmisericorde y altivo?

En la atalaya del sacrificio
el resto de mi carne nunca inmaculada,
ya sin dolor justificado
ya sin hipócrita redención
ya sin ansias invencibles
ya sin la verdad de sueños falsos.

200 años de infinita duda
decoran la estancia de la desolación,
el versículo no ha sido terminado
y sobre tu pecho descansa lo que pude haber sido
mientras creo que el cordero no fui yo
ni que el verdugo has sido tú

Nuestra alianza ahora deshecha, violentada
por el capricho inquieto de un traidor:
tu cuerpo y el final de todos los felices días.

La oscuridad cubre el corazón de los profetas,
los infinitos tiempos repetidos pasan frente a mí
y yo,
en desafiante, obsoleta espera.

El sueño del homicida consumado.

Sun Wu Ma solía soñar sin satisfacciones, así que por las mañanas sus ojos eran la desesperación nocturna y la esperanza muda de una revolución; como alimañas en espera de su presa menor. Para bien del mal, cierta noche soñó que leía, leía, leía y leía el cuento de nunca acabar, lo que detonó su histeria y por la mañana, se levantó de su cama con un salto mortal y tomó la decisión de sacar a su pueblo, El Reino Combatiente, de la modorra pacifica en la que se encontraba perdido. Al mediodía, mientras el sol gemía taciturno como la nada, se dirigió al mercado de La Mortificación, en el centro del reino, y compró tres kilogramos de agallas. Durante esa tarde y veintitrés noches completas redactó el manual del perfecto homicida; el que mata sin armas, casi con el puro deleite. Lo redactó en un nuevo tiempo, el pasado-futuro perfecto y una vez que lo terminó corrigió la poca presencia del odio y en la segunda emigró a la ficción. Un siglo después regresó y las cosas seguían igual, no había un antihéroe consumado, nadie había soñado ni sus sueños ni su esencia. Por eso se volvió, a continuar rumiando falsas esperanzas en lo etéreo.