martes, 2 de julio de 2013

Celebración, El gobierno (Dos) y Estipendio

Celebración
La tía Bernarda comenzó a llorar de seis a siete de la tarde todos los días y sin que supiéramos por qué. Al principio el tío Joaquín le decía cosas como: “lo siento, pero ya te dije que todo va a estar bien” y luego se alejaba de la puerta de la recámara de su esposa con expresión maquiavélica. Eso se convirtió en una costumbre para todos, sobre todo para la tía Bernarda. Lo raro fue que siempre estaba feliz, y cuando terminaba de llorar, salía de su cuarto con una cara esplendorosa; con el cutis renovado y una sonrisa encantadora.
¿Por qué llora usted todos los días?, le preguntaron en una ocasión.
Es una forma de agradecer y manifestar mi bienestar, respondió.
Al siguiente día todas sus conocidas en el pueblo comenzaron a hacer lo mismo, y durante algunos meses, dejaron de escucharse las campanadas de la iglesia que anunciaban misa para dejar oír el llanto de casi todas las mujeres que vivían por entonces en los hogares felices.
Bueno, al final es casi lo mismo, dijo el padre con beneplácito.  


El gobierno (Dos)
Las tres mujeres que lloraban más fuerte aparecieron muertas en las afueras del pueblo. El Gobernador regaló tres bicicletas y con eso nos olvidamos del asunto. 


Estipendio

Al tío Joaquín le tocó la bicicleta más grande, mas vistosa y la más veloz ya que la tía Bernarda fue la que lloró siempre más, y más alto. Siempre que podía la presumía, sobre todo en las noches en que salía a pasear con los otros dos viudos ganadores. En esas ocasiones se ponía siempre a la delantera y ninguno de los paseantes se dignaba dirigir la palabra a nadie que no perteneciera a ese club. Poco a poco se disputaron entre ellos mismos el mando del grupo, y un día que mi tío Joaquín le puso una canasta morada entre los manubrios a su bicicleta, sus compañeros lo corrieron de la banda porque según ellos, eso afectaba la ideología de la asociación. Entonces se sintió muy solo y se dedicó a llevarle naranjas a la tía Bernarda que descansaba ahora, muy sorprendida creo yo, en su propio sepulcro. Llenaba la canasta morada y  hacía muchos viajes en el día, cuando no se topaba con sus antiguos camaradas y hasta sentirse agotado. Se las llevaba porque a ella le gustaban y también, dijo antes de tener el accidente que le costó la vida (chocó en su bicicleta contra un poste de luz mercurial, cuando instalaron la electricidad), para que lo perdonara y sobre todo, lo pusiera en bien con lo que fuera que se iba a topar allá, de aquel lado de la cosa que nos pasa casi sin querer.

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