viernes, 12 de diciembre de 2014

Piedra lumbre

El antro estaba a reventar pero YY bailaba como si estuviera solo. Lo hacía sobre la pasarela que estaba al fondo de la pista, una plancha de madera sobre la que casi siempre posaban los más guapos o las más locas o todos juntos, cuando ya el alcohol o la amnesia podían causar estragos. Llevaba puestos su camisa y su pantalón de marca porque había aprendido que a esos lugares se iba bien vestido o mejor no se iba. Llegó solo pues eso era una cualidad si se presentaba la oportunidad de salir acompañado, aunque fuera por dos. Parecía indiferente aunque esa indiferencia era más un ardid porque se mantenía alerta al desfile de carnes en el cual llevaba ya meses inmerso. No es que apenas descubriera su orientación, para usar una forma política, más bien apenas había descubierto ese lugar donde encontraba harta parafernalia homosexual, sea lo que sea que ello signifique. Había asistido en ocasiones anteriores, con amigos y compañeros de trabajo con los cuales se confesó un día sin demasiados aspavientos. No era [demasiado] obvio y había admitido su condición, para continuar con los eufemismos, de manera normal, dispuesto a ejercer las acciones necesarias para descubrir el mundo que, podría decirse, le abría las piernas. Y a decir verdad, en ese punto tampoco era un inexperto. Había sostenido varias relaciones con hombres de los que aprendió bastantes cosas, mas nunca había tenido una relación “duradera”. Tenía veintidós años y desde los doce conocía el inicio y la finalidad del sexo entre varones pero nunca se había puesto a pensar que a veces también se involucra el corazón y el cerebro, entonces, se vuelve lento en su labor. 
Esa noche sonaba la canción de alguna diva de la música pop estadounidense, una de esas que son tomadas como bandera por casi todo el sector gay cuando una voz le habló demasiado cerca: 
            —¿Me invitas a bailar? 
Dio media vuelta con una sonrisa preparada para ver al extraño que le coqueteaba y que no estaba nada mal, pensó ahí, en un instante más bien ridículo. Era moreno y vestía una playera sin mangas que dejaba ver un par de brazos con músculos definidos. No parecía viejo a pesar de que a YY eso le importaba muy poco, a lo mucho, le llevaría diez años de ventaja, quiso creer. Le gustó lo que vio y como respuesta a la petición puso los brazos alrededor del cuello del desconocido mientras seguían el ritmo que ahora dominaba una diva mayor. 
La noche se cumplió como las normales en esas ocasiones, es decir, básicamente entre preguntas y respuestas sobre las vidas que ambos vivían y al final, en vez de alguno proponer ir a un motel fueron a cenar, algo que YY no supo cómo interpretar. 
  
El día siguiente fue un domingo desabrido pero YY recibió una llamada al mediodía. Era XX, para invitarlo al cine. 
—¿Qué película veremos? —preguntó con falso interés pues la película en sí le parecía lo de menos. 
—La que sea. ¿Cómo le hacemos, dónde nos vemos o qué? 
—Pues ahí en el cine. 
—¿A las cinco? 
Sip. 
YY no se emocionó. La verdad es que había ido muchas veces al cine, con amigos, prospectos y hasta solo, así que eso no representaba un gran suceso y tampoco se puso a pensar mucho en ello. Lo único que tenía claro era que XX le gustaba, y mucho, pero no al grado todavía de sentirse feliz por una invitación, al cine. Lo había visto un par de veces, acompañado de un hombre todavía más grande aunque guapo y varonil todavía, más mamado que él, incluso. YY pensó siempre que podían ser pareja y resultó que no eran, sino que fueron. Se lo preguntó la misma noche que lo conoció pues el tipo andaba con XX en esa ocasión también. XX le contó que ahora solo eran buenos amigos, algo que el hombre le había pedido de favor. YY sintió empatía, e intentó, como casi siempre, entender y sobrellevar las cosas de la vida. 
La emoción que sentía no era del todo clara y creía que no era indiferencia lo que se le presentaba ahora, sino la oportunidad de satisfacer su calentura. Con este pensamiento llegó al cine, a la plaza comercial donde las familias felices lo son más y mientras la función comenzaba XX le propuso caminar. Visitaron tiendas de ropa carísima, zapaterías, tiendas de discos y hasta una joyería. Ambos querían comprarlo todo pero decidieron esperar otro momento y en cambio pudieron conversar ampliamente sobre marcas y productos favoritos y convenientes. XX le fue diciendo más o menos lo que quería de una “relación” y aunque el término en ningún momento fue mencionado, YY lo adjudicó solo para llamarlo de alguna forma. Lo cierto es que ahora que lo volvía a ver, XX lucía más guapo, más encantador, y las ganas de coger fueron creciendo en su interior. La ropa que usaba esta vez era sencilla pero era una que hacía notar el trabajo realizado en el gimnasio. YY estaba encantado. Si le había quedado alguna duda la noche anterior sobre qué hacer con este sujeto, esa tarde quedó disipada pese a unas palabras que tuvo que escuchar: 
—La relación con mi ex fue larga y muy intensa. El no lo ha superado del todo, me sigue buscando para volver pero yo ya no quiero, aunque, sí quiero estar presente cuando él me necesite, creo que vamos a ser amigos toda la vida. 
—Es el fortachón. 
—Sí, W —dijo XX con una sonrisa cínica pero encantadora. 
Entonces se hizo un silencio. 
—¿Todavía lo quieres? —se atrevió YY, sin exaltar el significado de las palabras y usándolas como escudo por si el sentimiento del otro se manifestaba en una medida mayor, con una palabra más grande aunque más corta. 
—Pues no, bueno no sé. O sea, sí pero ya no estoy enamorado ni nada. 
—Es difícil de creer, ¿no te parece? 
—Supongo, pero no pido mucho, solo déjame pasar más tiempo contigo para que veas que no miento. Además estás bien rico. 
La película estuvo bien, el tiempo pasó rápido. El juego de rozarse las piernas primero y tomarse la mano en la oscuridad después, ayudó para que la hora de salir llegara demasiado pronto. A la salida, como iban en dos coches, XX le pidió que subieran al suyo y luego él lo llevaría hasta el otro lado de la plaza para que se llevara su auto. YY obedeció y luego de detenerse junto a su auto, comenzaron los besos y las caricias. Se contuvieron cuando una familia llegó a donde se encontraban y entonces XX aprovechó para decirle que saldría de la ciudad durante toda la semana, que no iba a volver hasta el siguiente viernes pero que estarían en contacto a través del celular. 
Para YY esa semana transcurrió lenta, tal vez debido al sinsabor de cierto comentario que uno de sus compañeros de trabajo realizó acerca de XX. Este comentario fue que era uno de los más putos del antro. YY respondió que eso no le constaba y que estaría atento, lo dijo con un tono que lo hacía ver despreocupado, minimizando la información para hacer ver que era una persona de mente abierta y sobre todo, que no corría el mínimo peligro. Mencionó que tal vez no pasara de un acostónacostón que YY estaba seguro, pasaría ese fin de semana. 
  
Quedaron en verse por la noche, en el bar que ambos preferían. YY llegó primero e inmediatamente pidió una bebida. Se encontró con varios conocidos con los que tuvo la misma corta conversación de cada semana: 
—Hola ¿cómo estás? 
—Bien y tú. 
—Bien gracias. 
Algunos eran amigos de amigos y otros relaciones que jamás llegaron a nada más allá de una noche, unos días, unos meses. Era, a fin de cuentas, un ambiente reducido pero marcado por una sola tendencia: pasarla bien, aunque a veces y en ciertas mesas se pudiera ver gente llorando. 
XX se presentó cuando YY bebía el segundo vodka y rápidamente pidió uno también. La noche se fue entre pláticas y saludos con conocidos, entre bailecitos y arrumacos. A la salida ninguno se animó a invitar al otro a un lugar donde pudieran desfogar la pasión acumulada y de nuevo fueron a cenar. YY estaba desconcertado pues había supuesto que esa noche sería la noche en la que disfrutaría de ese individuo. Cuando se despidieron algo extraño sintió en medio del estómago. 
Llegó a su casa y a las dos horas recibió una llamada. Despertó con el ceño fruncido pero al ver el número que le llamaba se animó un poco. La llamada no era para lo que se había imaginado, sino para platicarle que se había encontrado con unos amigos y se había ido a una fiesta. YY no supo cómo reaccionar, pensó que estaba bien que el tipo se reportara aunque no le veía el caso que lo hiciera a esas horas de la madrugada si ya habían pasado un rato juntos y además que le dijera que andaba con unos amigos. Se quedó inquieto a pesar de haber quedado en hablarse temprano. 
Al día siguiente fueron a comer. XX le habló más claro ahora y le advirtió que no pensaba coger con él hasta pasados unos tres meses más o menos. YY se quedó impresionado. 
—¿Por qué? —preguntó incrédulo. 
—Porque si cogemos me voy a enamorar. 
YY se quedó pensando en la respuesta y se sintió halagado. Una sonrisa se le quiso dibujar pero la reprimió y pensó que lo mejor sería aparentar una reacción normal, tranquila. 
—Pues está bien, si eso quieres yo puedo esperar —dijo, sintiendo que todo eso iba por un camino que nunca había recorrido pero que estaba seguro de querer hacerlo, aparte de pretender mostrarse hasta cierto punto apático y consecuente. 
  
Los meses que siguieron no fueron precisamente felices. Lo que YY había supuesto un romance idílico se convirtió en una serie de problemas que desconocía. La mayoría de las veces que salían a los bares terminaban peleados porque XX siempre encontraba personajes que habían estado en su vida o querían entrar y él no era capaz de reprimir esa coquetería por la que era conocido y como es de suponer, todo eso creaba una ola de celos en la mente de YY. En los tres meses siguientes terminaron su relación un par de veces. En la primera YY no sintió una angustia real y tomó la decisión con verdadera calma, sin embargo, XX le llamó al día siguiente para decirle que se había arrepentido. YY por su parte sintió una batalla ganada, además de pensar que traía al aludido verdaderamente enamorado. No se dio cuenta de que era XX quien manejaba la situación; quien no quería algo serio todavía, una relación con obligación pero al mismo tiempo no quería perder una posibilidad que ya sentía cercana. 
XX resultó ser controlador, YY resultó proclive al romanticismo, tal vez porque nunca había vivido una relación así donde, creía él, el futuro podría funcionar. De este modo su carácter comenzó a sufrir un cambio que de principio fue imperceptible. En el segundo rompimiento XX le dijo que era lo mejor, que se merecía a una persona que de verdad lo quisiera y que no lo fuera a dañar. YY no aceptó, pensaba que era él quien lo merecía; pensaba que era él, XX, quien necesitaba ser querido precisamente por su persona. Pasaron unos días y pensó en provocarle celos. Comenzó a salir con un antiguo amante pero cuando XX los vio en el antro hizo como si no le importara. YY, enfurecido, mandó al diablo a su viejo amigo. Fue tras XX y le confesó la verdad, el otro hizo un amago por sonreír y YY se sintió estúpido y se maldijo por dentro. Iba a dar media vuelta para irse cuando XX lo tomó de un brazo y le dijo que lo perdonaba. También le preguntó si quería ir a un motel. 
YY se quedó callado. Solo pudo responder con un movimiento de cabeza. 
Salieron sin prisa pero decididos, después de todo, el tiempo que se habían propuesto para la primera vez se había cumplido si no de manera exacta, sí muy parecida. El resto de la noche fue rápido y, para sorpresa de XX, casi milagroso. Si bien había pensado que YY sería más bien tímido, la verdad es que su comportamiento no solo le sorprendió, sino que lo hizo sentir bastante placer. Desde el inicio supo del peligro, cuando los besos y las palabras obscenas los abordaron ansiosos y luego, cuando ya desnudos, YY lo saboreó completo. XX estaba resignado a lo que sucediera cuando llegó la penetración. 
—¿Qué me hiciste? —preguntó XX sonriendo y ya de día, mientras lo veía a contra luz, con el sol distorsionándole la cara y por ello, pareciéndole que interactuaba con el rostro jovencísimo de W. 
—Nada…o bueno, quién sabe, tal vez resulta que soy tu miedo más grande y además ya te enamoraste —le contestó el otro de manera estúpida y con una amplia y oscura sonrisa.