Una tarde, ya viudo, estaba viendo apagarse el día afuera de casa cuando
de pronto llegó mi vecina Nemesia para darme un abrazo. Fue un abrazo rápido
pero intenso por su parte, tanto que ni me di cuenta del momento en que me
levanté de la mecedora para saludarla y únicamente recuerdo a partir de que
ella me rodeó con sus brazos. Yo correspondí esa muestra de afecto, la verdad,
sin embargo no dejó de sorprenderme por la repentina efusión de la mujer.
Cuando nos separamos le pregunté con la mirada qué pasaba. Nada, respondió, es
solo que me nació la sensación hace un rato de que traigo perdido un abrazo, yo
creo por toda mi soledad. Y entonces la vi irse. A la mañana siguiente supe que
lo mismo hizo con mi vecino y con el otro y con el otro y con el otro y así,
hasta llegar a la salida del pueblo y luego seguir todo el camino seco abrazando
a cada piedra con la que se encontraba.
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