martes, 2 de octubre de 2012

La providencial bala perdida


A Dominga no le gustaban los domingos. Desde que enviudó, cinco años ya, aprendió a odiarlos y a vivir con su soledad, el desasosiego y la caridad ajena. El pueblo la creía loca pero ella solo quería de eso que llamaban amor pues su matrimonio había sido nada más un negocio familiar que, a fin de cuentas, no prosperó para nadie en particular. Por eso, sin falta, cada día siete de la semana hacía el amor con lo que fuera. Tuvo amoríos con frutas y verduras, escobas, plantas e infinidad de enseres mayores y menores hasta el domingo pasado que encontró la vieja escopeta de su difunto marido y un orgasmo final con la bala que le entró por la vagina.     

1 comentario:

  1. Un orgasmo de ésos que te mueres... Qué maravilla.

    Lo imagino mejor que el sexo con tubérculos, pues.

    Un saludo.
    (:

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