viernes, 27 de mayo de 2011

Dos mil estigmas.

El cordero marcha ilusionado,
imaginando una bendición tan falaz
como tus ojos sin tiempo;
igual que yo cuando confío
en tu aliento iluminado
y me arrastro hacia el mutismo del ayer,
cuando no saciamos el fervor
y la fe se perdió entre los escombros,
en las tristezas de la lluvia imaginada.

La culpa de esconder la noche
aflora en el instinto y
al derretirme sobre el lecho del misterio.

¿Ahora quién lanzará la primera estrella
si no has defendido tus pecados
con el salvajismo necesario de tus dientes
y con la irracionalidad del corazón
me niegas el descaro primitivo
de tu sexo inmisericorde y altivo?

En la atalaya del sacrificio
el resto de mi carne nunca inmaculada,
ya sin dolor justificado
ya sin hipócrita redención
ya sin ansias invencibles
ya sin la verdad de sueños falsos.

200 años de infinita duda
decoran la estancia de la desolación,
el versículo no ha sido terminado
y sobre tu pecho descansa lo que pude haber sido
mientras creo que el cordero no fui yo
ni que el verdugo has sido tú

Nuestra alianza ahora deshecha, violentada
por el capricho inquieto de un traidor:
tu cuerpo y el final de todos los felices días.

La oscuridad cubre el corazón de los profetas,
los infinitos tiempos repetidos pasan frente a mí
y yo,
en desafiante, obsoleta espera.

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