Aunque ya existía el permiso sobre el amor yo, únicamente, me
enamoré una vez. De María y ella de mí.
Duramos juntos muchos años y no pudimos engendrar pero eso nunca nos importó.
Ni eso ni las habladurías de la gente sobre este amor, del que decían, parecía inconcebible.
Yo no creí eso hasta que María se me murió de amor. Se le desbordó. Así lo dijo
el doctor y yo le creí a pesar de no conocer a nadie que hubiera muerto por la
misma causa. Ella se dejó morir sabiendo que yo sufriría, y con tanto dolor, al
principio quise tomar también ese camino. Seguirla. Pero una duda y un recuerdo
me lo impidieron. La duda estaba en pensar si de verdad nos encontraríamos
luego de muertos; el recuerdo fue siempre su sonrisa.
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