lunes, 7 de abril de 2014

Pagaré, pagaré

Cuando se permitió enamorarse dos o más veces en la vida la esposa de Ruperto no lo pensó demasiado. Agarró sus cosas y todo el dinero del que había sido su hombre y se fugó del pueblo con un individuo veinte años menor. Ellos llevaban treinta años de casados y se habían unido cuando ambos cumplieron las quince primaveras. Nadie buscó las razones, ni siquiera el pobre Ruperto, que había guardado todos sus ahorros adentro de su colchón. Se quedó solo y pobre pero se hizo el fuerte y para demostrarlo, dio una gran fiesta cuando la historia se supo. Y para su mala fortuna, también se supo que no trabajaba más con el señor Gobernador. Nadie le dio más de la importancia necesaria al asunto e incluso algunos le prestaron dinero para realizar el festejo.  

Los días transcurrieron mientras todos sentían pena por él; a causa de su esposa y a causa del dinero que, viéndolo bien, eran una sola causa. Extraviado, Ruperto no lograba conseguir trabajo y algunos sospechaban que ni lo deseaba. En cambio, se dedicó a pedir siempre prestado aduciendo su fructífero pasado y su, según él, prometedor futuro pues confiaba recuperar su puesto dentro Gobernación y hasta prometía el regreso de su esposa, muy arrepentida. Mi papá le prestó dinero en tres ocasiones, pero en el cuarto intento, se negó diciéndole que nada se puede comprar con el pasado y, mucho menos, con el futuro.     

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