Cuando se permitió enamorarse dos o más veces en la vida la esposa de
Ruperto no lo pensó demasiado. Agarró sus cosas y todo el dinero del que había
sido su hombre y se fugó del pueblo con un individuo veinte años menor. Ellos llevaban
treinta años de casados y se habían unido cuando ambos cumplieron las quince
primaveras. Nadie buscó las razones, ni siquiera el pobre Ruperto, que había
guardado todos sus ahorros adentro de su colchón. Se quedó solo y pobre pero se
hizo el fuerte y para demostrarlo, dio una gran fiesta cuando la historia se
supo. Y para su mala fortuna, también se supo que no trabajaba más con el señor
Gobernador. Nadie le dio más de la importancia necesaria al asunto e incluso
algunos le prestaron dinero para realizar el festejo.
Los días transcurrieron mientras todos sentían pena
por él; a causa de su esposa y a causa del dinero que, viéndolo bien, eran una
sola causa. Extraviado, Ruperto no lograba conseguir trabajo y algunos
sospechaban que ni lo deseaba. En cambio, se dedicó a pedir siempre prestado
aduciendo su fructífero pasado y su, según él, prometedor futuro pues confiaba recuperar
su puesto dentro Gobernación y hasta prometía el regreso de su esposa, muy arrepentida. Mi papá le prestó dinero en tres ocasiones, pero en el cuarto
intento, se negó diciéndole que nada se puede comprar con el pasado y, mucho
menos, con el futuro.
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