miércoles, 28 de marzo de 2012

Ejercitando el futuro, 1.0

De pronto llegó el día sin el sol y le dijeron que podía irse. Se percató de la oscuridad y aún así obedeció como una vez oyó que hacían los hombres: dejó que la intuición le señalara el camino para observarse los propios pasos; los que lo antecedían mientras su mente le dibujaba el escenario del mundo en el Siglo XXI. No eran tiempos difíciles, de hecho eran tiempos que habían dejado de serlo, al igual que el mundo; eran tiempos superpuestos: varias temporalidades al alcance del pensamiento para que cada quien escogiera el siglo, la década o el año especifico en el cual sobrevivir día a día. Así, la población de lo que antes fue el mundo se dividía y coexistía en distintas eras y en diversos escenarios. Obviamente ésta había sido una de las soluciones más positivas para la sobrepoblación y el desencanto de la inmovilidad en un mundo que se podría sin remedio.
                Bajo este espejismo salió al día que era noche porque la luz la construía quien quisiera; salió a la vida que se construía con el pensamiento básicamente del ayer. Había pasado dos días y tres noche en la prisión de la ciudad debido a que se robó una manzana, aunque en tiempo real habían sido tres horas y media. Para su mala fortuna era una manzana de verdad y para la buena no había alcanzado a morderla, a disfrutar del placer que ello pudiera provocarle provocando así un desbalance en el universo, pues el goce real, bastante pobre y en franca extinción, estaba bien racionado. Empezó a caminar pensando en la confianza desde la cual solemos creer que estamos bien y a pesar de que era reiterativo de nada le sirvió. Advirtió cómo alguien hablaba con su Dios, el holograma de un tal Jesús con aretes en las orejas, en la nariz, en el labio inferior y además con un tercer ojo en el centro de la frente. Creyó pensar: lo que nos sobrevive son las nociones y nosotros hemos dejado de serlo. Sintió entonces una punzada en el pecho, donde le habían dicho que solo tenía un gran  hueco y sin quererlo se vio forzado a cambiar la visión que había elegido para vivir ese día. La oscuridad se hizo inmensa y a fin de cuentas ya no supo por donde caminaba. Las horas se le habían terminado. En su cerebro la idea de finitud se incubó y en cambio una sensación de abandono, de incongruencia y a la vez de claridad invadió su naturaleza seudo-humana. Entendió que el futuro era una falacia del tiempo, un juego macabro en el que nadie recordaba a los profetas, un teatro donde nada cabía ya de Orwell, de Badbury o de Huxley porque se quedaron cortos, porque no hablaron lo suficiente del olvido como generador de la realidad.
                En el fondo sabía que no iba a morir; desde años atrás la gente no moría, se olvidaban a sí mismos y se creían otra persona. Vino a su mente la imagen de la manzana y un intento de añoranza le cruzó por los ojos al pensar en lo cerca que estuvo de reconocer el placer, cierto sabor tal vez a pecado. Se deshizo en cuestionamientos y como castigo retrocedió más de tres mil años. Nació en el siglo que había recreado, en un mundo donde viviría por décadas sin la oportunidad de acercarse al futuro del que había salido; sin poder enfrentar la visión real del mundo, esa en la que el porvenir se le cae a pedazos.   

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