sábado, 15 de febrero de 2014

La edad. El tiempo. Los sueños. Los días que transcurren sin misericordia. Nunca la ira, o bueno, a veces, pero casi siempre contra mi. Todo lo que hay, lo que no y lo que hubo. Todo lo que salva el amor. Todo lo que complica. Las noches de insomnio. La soledad, la que viene sola, la que busco yo. El arrepentimiento de lo no hecho, de lo que se quiere y no se puede aunque ahí no quepa. El miedo, el más grande. La culpa y la inanición. El deseo de estar cerca, siempre cerca y no poder tocarlo. La cobardía por no atreverse. La sensación de perder los minutos haciendo esto. Las oportunidades que se van, las que no llegan. La palabra escrita en la frente que me clasifica, limita o abre caminos. El camino que no es el propio, ¿por qué? Las añoranzas que poco a poco se convierten en obsesión. Las ideas que me hacen ser quien soy. La imposibilidad de no ser algún otro. La lagrima viva. El ardor en el pecho que ahora parece un vacío. La estupidez de creer en mañana, de tratar de olvidar el pasado. Las sorpresas que ya no lo son. La ilusión de que todo va a estar bien. La efusión amorosa que me salva. La que me ahoga con el temor de que acabará. La fuerza para luchar. La debilidad que me caracteriza, o cauteriza. La búsqueda del éxito. El encuentro con el fracaso. La justificación. Pensar en lo que él haría, en lo que hará. Las preguntas sin respuesta. Las respuestas que llegan solas, y tarde. El dolor de saber que seremos despojo. La necesidad de creer en la magia, en mí. La confianza en lo que creo, en lo que podría esperar. La espera, la espera. La ansiedad que brota de la nada, o de todo. El pensar en la ausencia que no debe ser. Las esperanzas encadenadas, las muertas. El callar. El andar mirando el suelo. La suposición de mi existencia. El saber que no sé mucho, pero saber que la muerte seguro viene y yo lo quiero a él. Él.                     

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